Saturday, June 17, 2006

Los errores sutiles del caso Ramón Sampedro

Javier Romañach – Foro de Vida Independiente
Noviembre de 2004
Publicado en el nº 135 de la revista “Cuenta y Razón del Pensamiento Actual”
1. Introducción
El impacto mediático generado por la proyección de la película "Mar adentro"
ha supuesto un despertar de cuestiones éticas mal debatidas y poco
estudiadas en nuestra sociedad. El aprovechamiento de la tradición del
sufrimiento ante una grave discapacidad ha sido la excusa necesaria para que
un director de cine desarrollara el guión de una película que muchos confunden
ahora con la historia real de una persona que luchó por un derecho individual.
El autor de este artículo es una persona que tiene una tetraplejia, por una
lesión a la altura de las cervicales quinta y sexta. Esta convivencia con la
tetraplejia le permite afrontar las opiniones vertidas por otra persona, que tuvo
tetraplejia, sin temores, tabúes ni complejos.
Desde hace unos años, el autor se dedica a reflexionar sobre la discapacidad,
desde la discapacidad, escribiendo y participando en congresos y cursos de
Filosofía, Bioética y Filosofía del Derecho entre otros ámbitos. Esta dedicación,
y no la convivencia con la tetraplejia, es la que le permite afrontar temas
complejos relacionados con la Filosofía o la Bioética.
Este artículo pretende analizar de manera racional muchos de los aspectos
relacionados con el “caso Ramón Sampedro”. Estos aspectos son:
 la lucha personal de Ramón Sampedro
 la película de cine y su impacto mediático
 la eutanasia
 la tetraplejia de Ramón Sampedro
 la visión de todos los aspectos anteriores desde la filosofía moderna de
la discapacidad
Entiendo que el lector que tenga la paciencia de leer este artículo hasta el final
podrá encontrar una visión rompedora y diferente sobre el caso Sampedro. Una
lucha escrita de la razón contra la razón, una desmitificación de su
responsabilidad y su lucha por la eutanasia, que fue en realidad una lucha por
el suicidio asistido, una visión distinta y más exhaustiva de la película ”Mar
adentro”, un análisis crítico de los textos publicados por el señor Sampedro,
que rezuman una visión terrorífica de la discapacidad, con tintes eugenésicos y
nazis, con visiones doblegadas de la dignidad y con argumentos razonables
llenos de maniqueísmo y sofismas que sólo se le han permitido a Ramón
Sampedro porque tenía una tetraplejia, ya que nadie ha sabido superar la
distancia que permite abordar con franqueza el verdadero contenido de sus
textos.
2
Es posible que Ramón Sampedro no tuviera opciones y nadie se las ofreciera,
es posible que no quisiera decir exactamente todo lo que dejó escrito, pero
aceptó sin reflexionar una visión externa y anticuada sobre la tetraplejia sin que
su razón le dejara ver lo ofuscada que estaba su mente, y luchó por la dignidad
en el único rincón que su incapacidad para romper moldes de pensamiento le
dejó, en la muerte.
No discuto en ningún momento el derecho que tuvo a hacer lo que hizo, me
limito a analizar los resultados y la repercusión de su lucha.
Lo único positivo de esta lucha fue sacar a la luz pública el tema de la
eutanasia, obligando a la sociedad a realizar un debate que a día de hoy sigue
siendo necesario. No obstante, este efecto fue el resultado de un pensamiento
erróneo y egocéntrico en el que de nuevo jugó un papel determinante su
cualidad de persona con tetraplejia.
Como persona y autor de este artículo estoy a favor de que se debata
públicamente la eutanasia, de manera que todos podamos expresar libremente
lo que opinamos sobre ella, pero el motivo que nos ha llevado a ello ha
generado demasiada confusión y desconcierto, desconcierto que se intenta
analizar en las siguientes líneas.
1. La lucha de Ramón Sampedro
Ramón Sampedro nació el 5 de enero de 1943 en Xuño (La Coruña). A los 22
años se embarcó en un mercante donde trabajó como mecánico. El 23 de
agosto de 1968 cayó al agua desde una roca y chocó contra el fondo
fracturándose la séptima vértebra cervical. Luchó por la libertad de obtener su
propia muerte, sin que las personas que colaboraran en ella fueran castigadas
por la justicia. Su demanda jurídica llegó hasta el tribunal de Derechos
Humanos en Estrasburgo, sin que llegase a prosperar. Murió el 13 de enero de
1998, al ingerir voluntariamente un veneno de rápido efecto, grabando en vídeo
sus últimas palabras y el proceso de su propia muerte.
Su lucha se podría resumir, a partir de sus propios escritos1, de la siguiente
manera:
 Un ser humano que tiene una tetraplejia no puede llevar una vida plena,
sino tan sólo un sucedáneo de vida, una humillante esclavitud y siente
un sufrimiento, en su caso moral, intolerable.
 Las terapias de rehabilitación, utilización de sillas de ruedas, actividad
social etc. no son más que engaños de los médicos y la sociedad para
llevar una vida que no es digna.
 La única salida válida es la curación. La curación es imposible. Yo no
quiero ser una cabeza viva en un cuerpo muerto y llevar una vida
indigna.
 La Constitución Española garantiza la dignidad a sus ciudadanos. La
única solución para restaurar mi dignidad, es conseguir una muerte
digna.
1 Este resumen está basado en los escritos de Ramón Sampedro: su testamento y su libro
“Cartas desde el infierno”.
3
 El Estado me debe garantizar esa dignidad, que es una muerte digna.
Por lo tanto no deberá penalizar a aquel que me ayude a morir, ya que
me hallo físicamente incapacitado para realizar este acto por mí mismo,
por lo tanto no estoy en igualdad de condiciones que el resto de los
ciudadanos, que sí pueden disponer de su vida libremente.
Su postura fue inmutable, racional, reflexionada y argumentada durante
muchos años, pero los sistemas judiciales ignoraron sus peticiones, utilizando
para ello cuestiones de forma, más que de fondo. Por ello, harto de luchar,
decidió morir, como había sido su voluntad durante años, de una manera
rápida e indolora. Para ello elaboró un plan en el que intervinieron muchas
personas, pero en el que ninguna de ellas realizara ninguna acción constitutiva
de delito en sí misma. Y él mismo grabó la acción final de ingerir un veneno,
puesto al alcance de su boca, en un vaso, con una pajita para poderlo sorber,
de manera voluntaria.
De su muerte en estas condiciones hace responsable a tres grupos: “El Estado,
la religión, y todos aquellos que se amparan bajo la ley para imponer su
voluntad”.2
Entendió siempre que la conciencia racional debía estar por encima de la ley,
ya que era justa en sí misma, y que su conciencia racional le decía que tenía
derecho a una muerte digna.
Hay muchas personas que entienden, tal como al parecer expresó verbalmente
en varias ocasiones, que su lucha fue personal y que sólo le afectó a él, sin que
el resto de las personas que tenemos tetraplejia ni otras limitaciones
funcionales nos viéramos afectados.
Sin embargo los hechos desmienten esta “personalización” de su lucha. Al
empezar a colaborar con la Asociación Derecho a Morir Dignamente (MDM), su
lucha dejó de ser personal y solicitó un cambio de una Ley que hubiera
afectado a otros casos como el suyo, y por lo tanto dejó de ser algo para él
solo.
Además, el señor Sampedro editó y publicó un libro y permitió la difusión de un
testamento en el que se vierten opiniones muy claras sobre muchos asuntos,
entre otros el de su opinión sobre la tetraplejia y las personas que la tienen. Al
publicar sus textos, eligió propagar sus ideas al gran público, y al hacerlo su
lucha dejó de ser personal para afectar a toda la sociedad y en especial a la
imagen de las personas que tenemos una tetraplejia, y por extensión a la
imagen de todas aquellas personas que tenemos una limitación funcional.
Es más, también se ha realizado una película sobre su vida que ha tenido el
efecto de magnificar todavía más alguna de sus ideas, convirtiendo su visión
personal de las cosas en una realidad mediática que hace todavía menos
personal esa lucha y lo convierte en un asunto público, motivo que justifica de
sobra este análisis y este artículo, que habla de lo que se ha publicado, de
Ramón Sampedro, de la película que se ha proyectado y de los hechos, porque
su lucha dejó de afectarle sólo a él con estos elementos. En este texto no se
analiza lo que dijo o quiso decir, ni lo que se supone que quiso hacer o decir.
2 Sampedro, R. “Cartas desde el infierno”. Pág. 211.
4
2. La película Mar Adentro
La lucha de Ramón Sampedro, apoyada por la Asociación Derecho a Morir
Dignamente, tuvo una importante repercusión mediática a mediados de los
años 90, así como su definitiva muerte. No obstante, a los pocos años, su caso
cayó en un ya habitual olvido social de temas espinosos a los que no hay fácil
respuesta.
En el 3 de septiembre del año 2004, Alejandro Amenábar estrenaba en España
el largometraje cinematográfico Mar Adentro. Una película que, basada en
hechos reales, contaba la vida de Ramón Sampedro, con la sensibilidad y
maestría a las que nos tiene habituados este joven director de cine.
La película ha sido vista en España por más de dos millones de espectadores,
que se han visto enfrentados a la narrativa genial del director contando una
versión personal de la vida de Ramón Sampedro, en la que predomina más la
descripción de una vida que las argumentaciones y razonamientos del gallego.
En esta película, Amenábar toma partido a favor de la lucha de Sampedro, y
tiene derecho a ello ya que el guión es suyo y no pretende ocultar la admiración
por la lucha de una persona que, desde su cama en un rincón de Galicia, y
apoyado por una asociación de Barcelona, tuvo en jaque a varias instancias
judiciales, que respiraron cuándo dejaron de tener que enfrentarse a un tema
tan espinoso como el de la eutanasia.
La película se ha convertido por lo tanto en la “versión oficial” de la vida de
Ramón Sampedro y por eso merece un análisis un poco más profundo y una
visión un poco más crítica, no porque en sí misma sea criticable, sino por el
impacto mediático y social que ha tenido, y los sutiles errores a los que inducirá
a la mayoría de la población.
A lo largo del desarrollo de la película hay una transición sin solución de
continuidad del concepto de suicidio asistido, del que se habla al principio de la
película, al de eutanasia, de la que se habla después, sin que haya ningún tipo
de reflexión al por qué del cambio del nombre ni a la equivalencia, válida o no,
de ambos conceptos.
A continuación, se presta muy poca atención a las diferencias fundamentales
que existen entre la tetraplejia, consecuencia de la lesión medular de
Sampedro, y la enfermedad degenerativa irreversible de Julia, su abogada.
Para al espectador quedan como dos situaciones similares en las que lo lógico
es barajar con naturalidad la idea de la muerte, como la mejor opción para
encontrar la dignidad.
También y de manera sutil y dirigida se plantean dos finales de la vida distintos,
el “valor” de Sampedro al afrontar su suicidio y el triste estado en el que
termina Julia, que al final no tiene ese “valor” para decir adiós a la vida. Con
una mera apariencia descriptiva, Amenábar presenta dos evaluaciones
distintas entre ambas soluciones, dejando al espectador con la fuerte impresión
del “valor” y las consecuencias no negativas que constituye la opción del
suicidio.
Por otro lado, existe un absoluto vacío sobre los veintitantos años de
convivencia de Ramón Sampedro con la tetraplejia, hasta que empieza su
lucha con los tribunales. Sí existen, sin embargo, referencias repetidas a su
5
pasado anterior, a su vida antes del accidente. Más de veinticinco años de
vacío silencio, en los que parece no haber pasado nada digno de relevancia.
Es más llamativo todavía el ridículo absurdo, en posición, guión y defensa, que
se hace de la postura de aquellos que disentían de Ramón Sampedro,
concentrados en una discusión jocosa a gritos, a través de una escalera, entre
Ramón Sampedro y la figura de un sacerdote del Opus Dei, también persona
que tiene una tetraplejia, que aparece como un lunático, místico, irracional
religioso sin ningún tipo de argumento ni oportunidad de darle ninguna
coherencia. Coherencia que se concede a Sampedro a través de escasos
razonamientos que salpican el guión.
Todos estos detalles conforman con sutilidad la clara posición que Amenábar
expone, y tiene todo el derecho a hacerlo, aunque simule que no toma partido,
llevando con su genio habitual al espectador donde él quiere que esté. En una
posición favorable a la lucha de Sampedro, a favor de la eutanasia, sin más.
Mar Adentro es por lo tanto una película con mucho más mensaje del que
parece a primera vista, corta en reflexiones y debates serios, en la que la
mayoría de los espectadores salen con visión, única, dirigida e inconsciente
sobre la eutanasia, la muerte digna y su relación con la tetraplejia.
3. Apuntes sobre la eutanasia
Resulta curioso como muchos de nosotros, especialmente aquellos que
tenemos una tetraplejia, nos hemos visto arrastrados a opinar con alegría y sin
demasiado conocimiento sobre un tema tan complicado, difícil y espinoso como
es la eutanasia.
Partiendo de un caso claro de suicido asistido, Ramón Sampedro luchó por la
eutanasia y arrastró a todos en la lucha sin que casi nadie se haya parado a
reflexionar sobre qué es la eutanasia, y si el suicidio asistido es o no eutanasia.
Un somero análisis de la semántica de la palabra eutanasia produce un enorme
grado de sorpresa.
En lo único que parece haber acuerdo consensuado en este país es en que
etimológicamente procede del griego: eu (bien) y tanatos (muerte). Es decir,
hay acuerdo en que hablamos de la “buena muerte”; de la manera de “morir
bien”.
En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE),
encontramos las primeras sorpresas. La palabra eutanasia cambia de
definición en cada una de las tres últimas ediciones del DRAE
En la edición de 1989 del DRAE
eutanasia. f. Med. Muerte sin sufrimiento físico y, en sentido estricto, la
que así se provoca voluntariamente. | Doctrina que justifica la acción de
facilitar la muerte sin sufrimiento a los enfermos sin posibilidad de
curación y que sufren.
En la edición de 1992 del DRAE
eutanasia. (Del gr. εὖ, bien, y θάνατος, muerte). 1. f. Med. Muerte sin
sufrimiento físico.2. f. Acortamiento voluntario de la vida de quien sufre
una enfermedad incurable, para poner fin a sus sufrimientos.
6
En la edición de 2001 del DRAE
eutanasia. (Del gr. εὖ, bien, y θάνατος, muerte). 1. f. Acción u omisión
que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su
muerte con su consentimiento o sin él. 2. f. Med. Muerte sin sufrimiento
físico.
Obsérvese que hasta la edición de 2001, la eutanasia era voluntaria, y sólo en
esta edición se contempla la falta de consentimiento.
Además, los sujetos receptores de la eutanasia pasan progresivamente de
“enfermos sin posibilidad de curación y que sufren”, a “quien sufre una
enfermedad incurable, para poner fin a sus sufrimientos”, para finalmente
acabar en “pacientes desahuciados”3.
Según estas definiciones del DRAE, y dado que Sampedro no estaba enfermo,
sino que tenía lo que la Organización Mundial de la Salud ha definido como una
deficiencia4. Lo que pedía era suicidio asistido5, no eutanasia.
Si buscamos otras definiciones, nos encontramos con que la Sociedad
Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) propone la siguiente6.
Entendemos que el significado actual del término eutanasia se refiere a
la conducta (acción u omisión) intencionalmente dirigida a terminar con
la vida de una persona que tiene una enfermedad grave e irreversible,
por razones compasivas y en un contexto médico
De nuevo, siguiendo a la SECPAL, Ramón Sampedro no era candidato a la
eutanasia por no tener ninguna enfermedad.
La Conferencia Episcopal, también propone una definición de eutanasia7:
Llamaremos eutanasia a la actuación cuyo objeto es causar muerte a un
ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por
considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el
calificativo de digna.
Así considerada, la eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues
implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo,
ya mediante la omisión de la atención y cuidado.
Como observamos, esta definición de la Conferencia Episcopal sí incluye el
suicidio asistido dentro del concepto de eutanasia, ya que elimina el concepto
3 Donde desahuciar se define en la misma edición del DRAE como: “Dicho de un médico:
Admitir que un enfermo no tiene posibilidad de curación”
4 Según la OMS, en su versión de la CIF de 2001, deficiencia es un problema (como un pérdida
o desviación importante) con el funcionamiento del cuerpo o su estructura. La deficiencia suele
ser irreparable (en este momento de la evolución de la ciencia médica), pero no es una
enfermedad.
5 Según el DRAE: suicidarse. 1. prnl. Quitarse voluntariamente la vida.
6 Comité Ético de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos. “Declaración sobre la
eutanasia de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos”. 24 de abril de 2002
7 Conferencia Episcopal Española, Comité para la defensa de la vida. “La Eutanasia 100
cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”.
Febrero de 1993.
7
de enfermedad y pone en juego los sufrimientos y la dignidad, argumentos
ampliamente utilizados por Ramón Sampedro.
Por lo tanto, la Iglesia Católica es la única que entiende que Ramón Sampedro
luchaba por la legalización de la eutanasia, mientras que el resto de la
sociedad parece entender que lo que Sampedro pedía era la despenalización
del suicidio asistido, contemplada en la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de
noviembre, del Código Penal.
No es el objetivo de este documento entrar en demasiadas profundidades
sobre la eutanasia, un asunto extremadamente complejo, sobre el que se han
escrito ríos de tinta desde muchos puntos de vista. Por ello, a efectos del caso
Sampedro nos limitaremos a establecer, que según la postura mayoritaria de
un Estado teóricamente laico, Ramón Sampedro, en su lucha por lo que él
llamaba una muerte digna, luchaba en realidad por la legalización del suicidio
asistido, no por la legalización de la eutanasia, y arrastró en su confusión a
toda la sociedad española, poco dada a reflexionar con profundidad sobre
asuntos de esta complejidad.
Ese es el motivo de que en el último capítulo, dónde se analiza el pensamiento
de Ramón Sampedro, apenas se hace referencia a la eutanasia, ya que el
autor de este artículo respeta el derecho de Sampedro a hacer lo que hizo,
pero entiende que es en el resto de los textos que dejó escritos dónde radica la
esencia de su peligroso pensamiento.
En lo que respecta a la muerte asistida, y a pesar de que el Código Penal
castiga la cooperación y la ejecución de la ayuda al suicidio con penas que van
de seis meses a seis años de prisión, algunos estudios han revelado hace
tiempo que la muerte asistida se practica en los hospitales. De hecho, una
encuesta del año 2000, realizada por la Organización de Consumidores y
Usuarios (OCU), señalaba que el 21% de los médicos entrevistados reconocía
que la eutanasia activa y el suicidio asistido se practicaba y que el 16% de los
familiares de fallecidos encuestados creía que la muerte del paciente fue
acelerada por los facultativos.
Por lo tanto, Ramón Sampedro sacó a la luz un debate que es necesario tener
en esta sociedad a todos los niveles, para de una manera pausada poder
regular situaciones que se están dando de facto en nuestra sociedad, y en las
que los médicos se ven obligados a actuar en ausencia de un marco legal que
les ampare.
La legislación española
En la legislación española, lo que pedía Ramón Sampedro está tipificado como
delito en la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, Libro
II. Delitos y sus Penas. Título I. Del Homicidio y sus Formas.
El Artículo 143 del Código Penal (1995) dice textualmente:
1. El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de
prisión de cuatro a ocho años.
2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere
con actos necesarios al suicidio de una persona.
8
3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la
cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte.
4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y
directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca
de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que
conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves
padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la
pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3
de este artículo.
De alguna manera, en esta ley se entiende que la participación en un suicidio
asistido por “padecimientos permanentes y difíciles de soportar” (lo que
solicitaba Sampedro) es punible, pero en un grado menor que otros tipos de
suicidio asistido o inducido. Hay por lo tanto una diferente valoración, que
Ramón Sampedro solicitó que se reevaluara para casos como el suyo,
eliminando la pena.
Su lucha tenía y tiene sentido, ya que hay que afrontar socialmente este tipo de
problemas, pero era por el suicidio asistido, no por la eutanasia.
La eutanasia en el mundo
A título informativo, describimos la situación de la eutanasia en el mundo, para
poner de relieve que Ramón Sampedro ejerció una lucha no contra las
convicciones del Estado español, como él creía, sino contra las convicciones
de todo un planeta, lo que no quita mérito a su lucha, sino que pone de relieve
lo difícil de su objetivo.
A excepción de Holanda, la eutanasia sigue prohibida en el mundo, aunque
algunos países admiten ciertas formas.
 Dinamarca: el enfermo incurable puede decidir que cese su tratamiento.
 Francia: el Código Penal distingue entre eutanasia activa (acción directa
para producir la muerte) y pasiva (cese del tratamiento).
 Alemania: puede ser autorizada sólo si corresponde inequívocamente a
la voluntad del paciente y es aprobada por tribunales tutelares.
 Gran Bretaña: la Justicia autorizó a algunos médicos a suspender
tratamientos de enfermos mantenidos artificialmente con vida.
 Estados Unidos: Oregon es el único estado norteamericano que admite
esta práctica; allí rige, desde 1997, la “Ley de Muerte con Dignidad”.
4. La tetraplejia de Ramón Sampedro
Ramón Sampedro tenía una tetraplejia, consecuencia de la lesión medular
producida al golpear su cuello con la arena al tirarse al mar.
El impacto personal, familiar y socioeconómico que ocasiona este tipo de lesión
es muy alto. De acuerdo con estudios epidemiológicos, la población más
afectada es la de jóvenes en etapa formativa o productiva, ya que la incidencia
que se presenta es del 37 por ciento en accidentes de trabajo o domésticos, en
deportes del 20.5 por ciento y en accidentes automovilísticos representa un 36
por ciento. Estos datos fueron tomados de un estudio practicado en Gran
9
Bretaña durante los años de 1993-1995, reflejando que la incidencia de
lesiones es más alta a nivel cervical (44 por ciento), seguido del torácico (41
por ciento) y de 15 por ciento a nivel lumbar.
La incidencia de la lesión medular traumática en España se estima en 2.5
casos cada 100.000 habitantes y año (aproximadamente 1000 personas al
año). A estas deben añadirse las lesiones medulares de origen médico, que
representan un 25% de las de origen traumático. Se estima que entre 30.000 y
40.000 personas viven en España con una lesión medular, de los cuales entre
12.000 y 18.000 tienen una tetraplejia. A este número de personas que tienen
una tetraplejia por lesión medular hay que sumarle otra cantidad equivalente de
personas que la han adquirido como consecuencia de otras deficiencias
(poliomielitis, esclerosis, etc.)
Por lo tanto, la realidad de Ramón Sampedro la viven en este país alrededor de
30.000 personas, siendo conservadores con la estimación. No somos muchos,
pero él no era, ni es, el único.
Ramón Sampedro tenía la médula lesionada a la altura de la vértebra cervical
séptima8. Para aquellos no avezados en la terminología de este tipo de
lesiones, conviene recordar que una lesión medular tiene consecuencias más
graves cuanto más cerca de la cabeza se produce. La columna vertebral
consta de diferentes grupos de vértebras. De arriba a abajo: cervicales,
dorsales y lumbares. Las lesiones a la altura de las vértebras cervicales afectan
a la movilidad y sensibilidad de los cuatro miembros, y por eso se denominan
genéricamente como tetraplejia.
Una lesión en la primera cervical es gravísima y hace muy difícil la
supervivencia ya que implica el uso de respirador, marcapasos, etc. La
gravedad disminuye en la segunda y en la tercera cervical, que suelen seguir
requiriendo respirador. La cuarta cervical suele permitir una mínima movilidad
de hombros y un poco de un brazo, situación que mejora paulatinamente
cuando la altura de la lesión es en la quinta y en la sexta vértebra. A esa altura
tiene la lesión el autor de este artículo, que puede mover los brazos (con
limitaciones), pero no los dedos de la mano lo que le impide aprehender
determinados objetos, vestirse, lavarse, etc. Pero le permite escribir este texto
utilizando el teclado del ordenador con los nudillos de las manos.
Habitualmente, las personas con lesiones hasta la sexta tienen serias
dificultades para empujar los aros de una silla de ruedas, por lo que suelen
utilizar sillas automáticas, especialmente si su entorno es propicio para ello.
La lesión a la altura de la cervical séptima es la más leve de las tetraplejias,
muchas personas con esta altura de lesión pueden llegar a vivir solas ya que
pueden aprehender objetos, utilizan sillas manuales en vez de automáticas,
conducen, etc.
¡Sí, ha leído usted bien!. Ramón Sampedro tenía la más leve de las tetraplejias
posibles. ¡Imposible, pensará usted! Si no movía nada los brazos y escribía con
la boca (características de la cervical tercera y anteriores).
8 Sampedro, R. “Cartas desde el infierno”. Pág. 19.
10
Efectivamente así acabó, pero pudo no haber sido así. La recuperación de la
funcionalidad requiere de los fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales y
médicos adecuados, pero también requiere algo mucho más básico: voluntad.
Desconozco los medios de rehabilitación de los que se disponía en Galicia a
finales de los años 60, pero es patente y queda en sus escritos su voluntad de
no hacer ningún tipo de rehabilitación9. Otras personas que como él tuvieron el
accidente a finales de los años 60, optaron por la voluntad de la rehabilitación y
con lesiones más altas, han llevado una vida plena y activa.
Ramón Sampedro, por propia voluntad eligió la inmovilidad de la cama y por lo
tanto la inmovilidad de sus brazos, algo muy infrecuente por su tipo de lesión.
Al hacerlo, marcó su propio destino. Él mismo decidió perder la capacidad de
suicidarse sin ayuda.
5. La visión desde la filosofía moderna de la
discapacidad
Pasando a hablar en primera persona para reforzar el concepto de opinión
personal sobre los textos de Ramón Sampedro que el lector encontrará en este
apartado, es necesario decir que participo en una iniciativa denominada Foro
de Vida Independiente10, un espacio virtual creado sólo para reflexionar sobre
la libertad, la dignidad, los derechos y el pensamiento que rodea a un colectivo
diferente, diverso, el de las personas con discapacidad o personas con
limitaciones funcionales.
Comparto con Ramón Sampedro una realidad: la tetraplejia, un objetivo: la
búsqueda de la dignidad humana, un medio: el pensamiento racional y una
“religión”: el ateísmo racionalista. Ahí terminan las cosas que compartimos.
Él buscó la dignidad en la muerte, en la negación de la realidad, en la
consideración de la tetraplejia como algo indigno de un ser humano. Para ello
emprendió una lucha personal.
Desde mi participación en el Foro de Vida Independiente, yo busco la dignidad
en la aceptación de mi realidad, en mi convivencia con ella, en la convicción de
mi dignidad como ser humano, antes que “tetrapléjico”. Para ello participo en
una lucha social, en una lucha por la aceptación de la dignidad en la diversidad,
en la convicción de que las personas con discapacidad somos un valor para la
sociedad, no una lacra, como la sociedad nos hace creer. En la convicción de
que la discapacidad, la pérdida de funcionalidad es algo siempre inherente al
ser humano, que se evidencia en la mayoría de las personas con el
envejecimiento, y por lo tanto es natural y enriquecedor.
Desde esa perspectiva, Ramón Sampedro se ha convertido en un rival a
vencer. Su lucha personal la hizo pública, y en el proceso dejó escritas muchas
afirmaciones que me hacen rebelarme desde lo más profundo de mi ser.
9 Ibídem. Pág. 85
10 El “Foro de Vida Independiente” es una comunidad virtual –que nace a mediados de 2001-
y que se constituye como un espacio reivindicativo y de debate a favor de los derechos
humanos de las personas con todo tipo de discapacidad de España. Se encuentra en
http://es.groups.yahoo.com/group/vidaindependiente/. Esta filosofía se basa en la del
Movimiento de Vida Independiente que empezó en los EEUU a finales de los años sesenta.
11
Respeto su lucha, en lo que concierne exclusivamente a su persona, sin
embargo es necesario valorarla, al igual que sus pensamientos escritos, porque
algunos atentan contra mi dignidad y la de todas las personas con
discapacidad, que sin ser conscientes de que la sociedad les ha quitado su
dignidad, hayan podido pensar que la dignidad se encuentra sólo en la muerte.
En su lucha particular, convertida en pública por la publicación de su libro
“Cartas desde el Infierno” y su testamento, hace afirmaciones muy poco
cuidadosas y respetuosas con las demás personas que tenemos una
tetraplejia, Quizá no fuera su intención, pero son las palabras escritas y los
hechos los que permanecen, no las intenciones. Del mismo modo, atrincherado
en su tetraplejia, elabora un discurso maniqueísta sobre la dignidad del ser
humano y arrastra al lector a conceptos que, al menos, admiten una
contundente respuesta racional y argumentada.
La valoración de sus afirmaciones ha sido agrupada en distintos conceptos,
para facilitar la lectura y para poder relacionar textos o ideas que aparecen en
diferentes partes de sus escritos.
La responsabilidad del individuo
Ramón Sampedro hizo responsable de su manera de morir a “El Estado, la
religión, y todos aquellos que se amparan bajo la ley para imponer su
voluntad”.11 Curiosamente, él mismo parece no tener ninguna responsabilidad,
y nadie se ha atrevido a trasladársela, pero la tiene.
1) "Te preguntas si en una silla de ruedas - te dejo que la llames así -
habría sido distinto. No, nunca la quise ni la querré. 12
Cuando eligió no utilizar la silla y no rehabilitarse, eligió perder la funcionalidad
que necesitaba para poder no implicar a nadie en el proceso de su propia
muerte. Muchas de las personas con una limitación funcional derivada de una
lesión medular a la altura cervical séptima que hayan seguido lo suficiente un
proceso de rehabilitación, pueden ir a comprar y manipular los elementos que
necesitó para su suicidio. Este detalle pasa inadvertido a todos, pero es de
gran relevancia, ya que tiene como consecuencia la proyección a los demás de
un problema para el que él mismo se negó la solución. Fue por lo tanto víctima
de su propia voluntad.
En su testamento pone:
2) “He decidido poner fin a todo esto de la forma que considero más
digna, humana y racional.”
Por lo tanto acepta que ese tipo de suicidio es digno y ese mismo final lo habría
podido alcanzar mucho antes, sin ayuda de nadie, si se hubiera rehabilitado.
3) “Para cambiar mi vida es necesaria una sola cosa: curarme”13
Resulta curioso que una persona que necesita una sola cosa para cambiar su
vida: la cura, acabe involucrado en una lucha por la muerte. Quizá en su amplia
11 Sampedro, R. “Cartas desde el infierno”. Pág. 211.
12 Ibídem. Pág. 85.
13 Ibídem. Pág. 157.
12
lectura filosófica, obvió usted señor Sampedro una idea elaborada por Friedrich
Nietzsche en el pasado: “No hay error más peligroso que confundir la
consecuencia con la causa: yo lo llamo la auténtica corrupción de la razón”14. A
causa de un hecho: la imposibilidad de curarse, acabó luchando por el efecto:
morir para salvar su dignidad.
En mi opinión, la lucha obsesiva por la cura de la lesión medular, “su cura”, no
habría ayudado a resolver su problema de dignidad, pero por lo menos habría
dotado de coherencia a ese racionalismo que tanto esgrime en sus textos.
En su lucha por la dignidad en la muerte, ignoró otra solución, la lucha por la
dignidad en la vida de las personas con discapacidad. Este camino ha sido
emprendido hace pocos años en España por un grupo de personas con
discapacidad, que en la búsqueda de su dignidad se han encontrado con la
losa mediática generada alrededor de Ramón Sampedro y de otros famosos
mediáticos. Al elegir la muerte digna, en vez de la dignidad en la vida, acabó
aceptando la visión de todos aquellos a los que criticó, en vez de rebelarse
contra ella.
Además emprendió un camino solitario y egocéntrico contra cuyos efectos nos
toca luchar al resto de personas con alguna limitación funcional.
Su visión sobre la tetraplejia
En la frase:
4) “También me habré liberado de una humillante esclavitud -la
tetraplejia-.”15
deja bien clara su opinión sobre la tetraplejia, no sobre su tetraplejia. Es éste
un juicio de valor que refuerza la visión tradicional de la discapacidad, la
indignidad de esa existencia. Acepta por lo tanto los valores tradicionales que
tanto critica en sus textos. Acepta sin la más mínima reflexión un concepto que
viene de siglos de tradición en los que han mandado esas personas a las que
usted tanto critica. Creyéndose en la lucha por liberarse de las cadenas del
“poder y autoridad del Estado”, al cometer el suicidio les dio la razón en la
opinión que ellos tienen sobre nuestra dignidad. Fue víctima del concepto
tradicional de la discapacidad y cómplice de que a día de hoy sigamos teniendo
que reclamar nuestra dignidad, porque les confirmó lo que ya pensaban, que
nuestra vida era indigna.
No sólo cae usted en la trampa sino que además insulta, llamándonos
“esclavos humillados”, a las personas que consideramos la convivencia con la
tetraplejia una forma digna de vida y que luchamos por la plenitud de esa
dignidad. Confunde al incauto y refuerza la visión tradicional de la
discapacidad.
5) “Si se utilizase el lenguaje con precisión, sería menos engañoso
afirmar que un tetrapléjico es un muerto crónico”16.
14 Friedrich Nietzsche. Crepúsculo de los Ídolos. Los cuatro grandes errores. (1889)
15 Sampedro, R. “Testamento Integro”
16 Sampedro, R. “Cartas desde el infierno”. Pág. 11.
13
Perdóneme señor Sampedro, el engaño lo hace usted, porque no usa su
lenguaje con precisión. La inmensa mayoría de quienes tenemos una
tetrapllejia, que somos unos cuántos, nos consideramos vivos, muy vivos.
Efectivamente nuestra vida es más difícil, pero es sobre todo porque nadie
pensó en nosotros al construir esta sociedad y porque nos discriminan y nos
roban nuestros derechos cada día. Lo crónico es el robo de nuestros derechos,
la ignorancia de nuestra existencia, el rebaje de dignidad que nos hace usted y
otros como usted escribiendo y aceptando sin más frases como ésta.
6) "Te preguntas si en una silla de ruedas - te dejo que la llames así -
habría sido distinto. No, nunca la quise ni la querré. Aceptar la silla es
aceptar esa miserable libertad. Es aceptar un poco, también, el poder
caritativo del sistema y su capacidad de persuasión. Aceptar la silla -
me refiero a un tetrapléjico - es aceptar la apariencia de persona
cuando no se es más que una cabeza”. 17
Fue usted libre de no aceptar la silla, señor Sampedro, pero si la hubiera
aceptado, casi con seguridad se podría haber usted suicidado sin ayuda de
nadie. Al no aceptar la silla se hizo usted responsable de su futuro y de sus
limitaciones. Sus problemas para suicidarse fueron también responsabilidad
suya.
Yo la acepté, pero no porque me convenciera el sistema ni me persuadiera,
sino porque con ella pude y puedo desarrollar mi vida y conseguir mis objetivos
sin necesitar de la ayuda de terceros a quienes poner en un dilema moral.
Y fíjese que yo, que soy una persona que tiene tetraplejia, cuando me miro al
espejo veo una persona, sentada, diferente, eso sí, pero una persona siempre.
Usted veía lo que muchos otros ven y le hicieron creer, a usted le convenció el
sistema, le persuadió. Conmigo no pudo el sistema y por eso lucho para que
los demás vean una persona completa a la que poder sentir, tocar, rozar, amar,
un ser humano más, diferente en su aspecto y en sus capacidades, con el que
hablar, reír, cantar y llorar. Sus textos y su lucha no me ayudan demasiado,
señor Sampedro.
7) "La calidad de vida consiste en una conformidad placentera, una
percepción armónica del cuerpo y de la mente con el todo al que
están condicionados y sujetos los sentimientos personales….
Cuando no hay calidad de vida, cuando el caos es total no hay más
alternativa que la desintegración de la materia para renacer." 18
Estos conceptos que usted baraja no son nuevos señor Sampedro, están
etiquetados como eugenesia, una teoría de perfeccionamiento de la raza que
estuvo muy de moda durante el siglo XX por todo el mundo occidental. Se trata
de eliminar, no dejar nacer o evitar la descendencia de seres humanos
“imperfectos”. Su máximo exponente político se llamó Adolf Hitler, y utilizando
los mismos razonamientos que usted asesinó a millones de personas como yo,
como usted, a millones de personas que eran diferentes y a las que hizo el
“favor” que usted pide: les desintegró en cámaras de gas, aunque nadie sabe si
renacieron.
17 Ibídem. Pág. 85.
18 Ibídem. Pág. 58.
14
8) “Yo te pregunto, ¿quieres ser tetrapléjica?
Si dices que sí, ya tienes la alternativa que deseas. Ya estás en el
lugar que quieres estar.
Si la respuesta es negativa, ¿puedes explicarme por qué te ves
obligada a serlo?”19
Efectivamente señor Sampedro, mi respuesta es negativa, no quiero tener una
tetraplejia, pero me ha tocado tenerla. No conozco a ningún pobre que quiera
serlo, pero le ha tocado. No conozco a nadie que quiera la muerte de su hijo o
de su hermano, pero estas cosas ocurren señor Sampedro, son parte de la
realidad de la vida. Yo soy un ser conformado por mi esencia y mis
circunstancias y las acepto señor Sampedro. Sé que no me voy a curar, y que
tengo limitaciones funcionales que empeorarán con el tiempo, pero también sé
que soy libre, y que en una sociedad diseñada para que las personas como
usted y como yo pudieran desenvolverse en igualdad de condiciones, una
sociedad en la que nuestros derechos fueran respetados de facto viviría mucho
mejor. Por eso lucho, para que seamos aceptados y valorados, con ello ayudo
a construir una sociedad más justa, más libre, y esta lucha la hago desde mi
convivencia con mi tetraplejia, porque es una realidad inherente a mí.
La dignidad
Ramón Sampedro parece representar una nueva visión de la dignidad en la
discapacidad.
9) “Mi único propósito es defender mi dignidad de persona y libertad de
conciencia, no por capricho, sino porque las valoro y considero y
considero un principio de justicia universal.”20
Menuda manera eligió usted de defender su dignidad, señor Sampedro. Se
creyó todo lo que le contaron sobre la discapacidad, aceptó la pérdida de su
dignidad, y no vio más alternativa que la muerte. Era usted libre, pero en mi
opinión se obcecó en una lucha egocéntrica y equivocada. No fue usted capaz
de ignorar lo que le enseñaron ni de luchar por la dignidad en la vida de
personas como usted y como yo. Esa lucha podría haberla librado contra todo
lo establecido, habría servido para muchos, no sólo para usted mismo, y habría
colaborado en la erradicación de la discriminación que sufre nuestro colectivo.
Triste esfuerzo dilapidado en una lucha que nos condena de nuevo a lo que
ellos ya pensaban. No le agradezco nada su lucha, puesto que sin querer luchó
en contra de lo que yo lucho, y la lucha es ya lo suficientemente difícil como
para aceptar este tipo de “ayudas en favor de la dignidad”.
10)"El concepto constitucional de la dignidad de la persona no puede
quedarse a la altura de un simple derecho a que la persona no pueda
ser torturada, humillada, por el poder y la autoridad del Estado. Se
tendría que entender que la persona tiene el derecho a no ser
humillada por la tortura del sufrimiento inútil, irremediable y atroz." 21
19 Ibídem. Pág. 128.
20 Ibídem Pág. 255.
21 Ibídem. Pág. 83.
15
De nuevo estamos de acuerdo en que la dignidad de la persona no debe
quedar sólo en el papel de la Carta Magna, pero la subjetividad que usted
propone en su percepción de su propia situación que siente como sufrimiento
“inútil, irremediable y atroz” es difícilmente trasladable al resto de los individuos
de la sociedad, especialmente a aquellos que percibimos de manera distinta
una realidad parecida a la suya. La persona es libre de tener una percepción
subjetiva de su realidad, pero no es el Estado quien debe mantener derechos
basados en los sentimientos individuales.
La Filosofía del Derecho
A la hora de hablar de derecho, el señor Sampedro vierte una serie de
afirmaciones peculiares que también merecen un análisis.
11)"me gusta hablar con las personas, querida Belén, pero el tema que
yo planteo es la eutanasia como derecho humano." 22
Tenía y tiene usted derecho a plantear la eutanasia como un derecho de las
personas, pero estará de acuerdo conmigo en que el derecho a morir con
dignidad sea quizá de los menos prioritarios, ya que quedan otros muchos por
hacer efectivos para que la vida de todas las personas, incluida la suya llegue a
ser digna.
Entenderá que me preocupa mucho más el ejercicio efectivo de los derechos
humanos en todo el mundo, y que si llega ese día, quizá no haga falta plantear
la muerte digna como uno más. Se adelantó usted, señor Sampedro y apuntó
muy alto, buscando una solución fácil a un problema extremadamente difícil:
conseguir la vida digna para todos los seres humanos.
12) “como ejemplo, puestos a discusión en el caso de la eutanasia, la
voluntad moral y ética de la persona debe prevalecer sobre las
teorías y las leyes.”23
En mi opinión, su concepción individualista de la vida, le hace verla de una
manera poco acertada. Si su voluntad moral y ética debe imperar sobre las
leyes, la única persona afectada debería ser usted, y debería haber adoptado
las medidas necesarias, y en su caso factibles, para que nadie más se vea
afectado por su moral y su ética.
Empujar a alguien a ayudarle a morir porque usted se negó a adoptar las
medidas que le permitieran suicidarse solo, es imponer su moral y su ética a
otras personas. A partir de que otras personas entran en juego, la moral y la
ética que imperan no son las suyas, son las consensuadas por la sociedad y el
reflejo de ese consenso son las leyes de las que disponemos. Por lo tanto su
enfoque es erróneo y egocéntrico.
13) “Se podría decir que toda ley que impide ayudar a morir
racionalmente representa la maldad. Y la humana razón del médico
Kevorkian la bondad cuando ayuda a morir a un semejante.”24
22 Ibídem. Pág. 57.
23 Ibídem. Pág. 67.
24 Ibídem. Pág. 237.
16
Entiendo que debe usted ser un gran conocedor de la vida del Dr. Kevorkian,
más conocido como el “Doctor muerte”, y debe usted considerarle el paradigma
del bien, ya que comparte su pasión por la muerte como fin último y digno.
Supongo que compartirá también con tan “bondadosa” persona su defensa del
holocausto nazi porque "jamás podrán volver a hacerse los experimentos con
humanos" de los campos de la muerte. En alguno de sus párrafos ya había
usted expresado una cierta connivencia con los principios eugenésicos que
utilizaron los nazis. Lo que no entiendo es que nadie se haya revelado contra
esas afirmaciones que apestan a nazismo y encumbran a asesinos
condenados a penas de prisión.
Si nuestras leyes son para usted la maldad, porque impiden que alguien ayude
a otra persona a morir racionalmente, pero no le impiden suicidarse, y el
asesinato y la eugenesia son para usted la bondad, nos encontramos en una
visión antitética de la vida, y me fascina ser el único que llama a las cosas por
su nombre.
Quiero creer que no reflexionó usted lo suficiente, o que lo que escribió no era
lo que tenía intención de decir, pero como mi análisis se basa sólo en sus
textos, no me queda más remedio que decirle que fue y es usted un peligro
público para la vida de las personas que somos diferentes, un pensador
trasnochado y engañoso que se atrinchera bajo la nimia excusa de la tetraplejia
para emitir opiniones que, viniendo de otra persona, habrían sido duramente
contestadas.
Personas como usted son perniciosas para el desarrollo vital de una sociedad
basada en la diversidad. Su pensamiento es el de un nazi eugenésico
tradicional y está basado en la superioridad del que se cree mejor por cumplir
unos cánones, se quita de en medio cuando ya no cumple los requisitos, y
además encuentra dignidad en ello.
6. Conclusión
Quizá yo sea la única voz que se alce contra usted desde la razón, pero le
aseguro que lo hago porque lucho por mi dignidad, por la dignidad de las
personas como yo; en definitiva por la dignidad en la vida de todos los
individuos. Y en esa lucha, sus textos, su pensamiento son para mí lo más
peligroso que se ha escrito en los últimos años en contra de las personas que
tenemos una tetraplejia y por lo tanto una limitación funcional.
Nos engañó a todos, haciendo ver que su lucha era personal, que le afectaba
sólo a usted. Su legado de una falsa lucha por la eutanasia, que partió de su
negativa a rehabilitarse de manera que pudiera suicidarse, su excusa como
persona que tuvo una tetraplejia, sus textos tan llamativos, han llevado a la
sociedad a pensar que usted tiene razón, razón que yo no le doy, y espero que
el lector de este artículo llegue a la misma conclusión que yo.
Esta es mi respuesta a la timidez, la distancia y el miedo con el que se aborda
su pensamiento, señor Sampedro. Ojalá algún día alguien haga películas sobre
personas como yo y la opinión pública entienda que nos robaron nuestra
dignidad y usted fue cómplice, y que esperamos que con el tiempo nos
devuelvan esa dignidad y podamos ser ciudadanos en igualdad de condiciones,
de manera que nuestra existencia sea valorada y, por fin, nos sintamos a gusto
con la sociedad que construimos. Una sociedad para todos que acepte la
17
diversidad y la riqueza de todas las personas, sin importar el color, la religión,
el género, la sexualidad, el origen, la edad, ni las limitaciones funcionales.
7. Bibliografía
Comité Ético de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos. “Declaración
sobre la eutanasia de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos”.
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Eutanasia 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la
actitud de los católicos”. Febrero de 1993.
http://www.unav.es/cdb/ceeseutanasia100.html
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1999. Instituto Nacional de Estadística. http://www.discapnet.es/
Descripción… Lesión de la Médula Espinal.
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KASS, L. R. y LUND, N. (1996): «La muerte ante los jueces: la ayuda al
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-- «Testamento Íntegro». http://www.eutanasia.ws/ramtest.html

Thursday, June 15, 2006

El derecho a la vida antes del nacimiento

Por Romano Guardini
El problema y la norma La cuestión que nos interesa, se suele formular del
siguiente modo: ¿es lícito destruir la vida del niño que está madurando en
las entrañas de la madre?
Esta pregunta surge, en primer lugar, del hecho de que se trata de un ser
singular que, sin embargo, influye sobre otros seres igualmente singulares y
sobre grupos enteros. Primero, sobre la misma madre; y después, más
ampliamente, sobre la familia y sobre el pueblo. La existencia de este ser
podría significar la amenaza de un peligro para la madre, la familia y la
colectividad. ¿Es lícito matarlo para evitar este peligro?
Sin embargo, la cuestión es más amplia. El individuo humano es concebido sin
contar con su voluntad. Su desarrollo depende de la madre hasta el momento
del nacimiento; después, de la familia y de la sociedad. Así pues, todos los
que cooperan a su desarrollo, sobre todo los padres y el Estado, son
responsables de él. Siendo así, ¿no deben, quizá, en determinadas
circunstancias, representar el interés de un ser que todavía no es
independiente, incluso en lo que respecta a su presencia física en el mundo?
Si están persuadidos de que la vida de este futuro hombre será desventurada,
¿no es acaso su deber preservarlo de la desventura?
Estos problemas han sido siempre actuales, pero durante mucho tiempo fueron
resueltos con fe en la divina providencia. Se convirtieron en agobiantes
cuando muchos perdieron la conciencia de esta guía celestial y llegaron a
una concepción del hombre como dueño y único responsable de su existencia. A
la vez, paralelamente a este desarrollo, la sociología y la medicina crearon
las premisas que hicieron posible una acción metódica en este campo.
Finalmente, en la sociedad de masas de la existencia moderna, se fue
perdiendo cada vez más el sentido -antes muy vivo- de la intangibilidad
fundamental de la vida humana. Después, he aquí que se agrava la situación
externa: alimentación y vivienda, educación y carrera universitaria,
asistencia y cuidados médicos, son puestos de tal manera en entredicho, como
sucede hoy de hecho, que aquellos problemas aumentan de intensidad de un
modo amenazador. Tanto más cuanto que, en los últimos tiempos, el gobierno
del estado y la educación del pueblo niegan radicalmente la dignidad del
hombre y se han aliado con todo lo que de violento hay en su naturaleza.
Estos hechos han ejercido un influjo grande sobre el modo de sentir y de
juzgar de la mayoría de las personas. Y conviene -mencionándolo ya desde el
principio- no dar por supuesto con demasiada facilidad que, discutiendo
problemas como el que ahora nos ocupa, seamos personalmente inmunes a
semejantes influencias.
En la medida en que el hombre salía de la barbarie, se hacía a la luz cada
vez con más nitidez el principio que dice: no es lícito tocar la vida del
hombre mientras no ha cometido un delito para el cual, según el derecho
vigente, está fijada la pena de muerte; o bien mientras no ataca a otra
persona, que sólo puede salvarse matando al agresor. Un tercer caso es el de
la guerra. Pero en el juicio acerca de ella, de una generación a esta parte
se hace evidente una crisis cada vez más profunda: cada vez se aprecia con
más claridad que la guerra, tal como viene organizada por la "técnica", es
bien distinta de aquella otra en la que estaban presente los valores, del
todo obvios, de la fidelidad a la Patria, el honor, el valor del coraje y
del sacrificio. Así, parece que el derecho a matar que se deriva de ella, no
es ya tan indiscutible como antes.
De cuanto hemos visto hasta ahora, podemos concluir que no es lícito
destruir la vida del ser humano que madura en el seno materno, puesto que no
ha cometido ningún delito ni ha puesto a otro hombre en situación de
legítima defensa. Y a pesar de todo, la vida de la madre puede ser puesta en
peligro por el niño de manera tal, que se pueda deducir, de este "índice
médico", un derecho a sacrificar la vida del hijo. La justificación para
intervenir ante semejante peligro no es, sin embargo, tan evidente como a
menudo se afirma: requiere un examen más detenido. Pero no vamos a ocuparnos
ahora de eso. Lo que nos interesa ahora no es el "índice médico", sino el
"social".
Quien da por justificado este índice, afirma: el ser humano en desarrollo
está en relación inmediata con la vida de la familia y de la sociedad, a
través de las cuales recibe una influencia y sobre las que, a su vez, ejerce
un influjo. Ahora bien, la relación puede llegar a ser en tal modo
desfavorable, que sea lícito preservar de sus consecuencias tanto a la
familia como al hijo en cuestión, matando -digámoslo así- a este último. No
pretendemos hacer una descripción minuciosa de la situación actual, cuya
gravedad supera todo cuanto la memoria de Europa puede recordar. Me atrevo a
esperar que el lector querrá creer que el autor -sin necesidad de esta
descripción- sabe algo sobre ella; y que reconozca la obligación de hacer lo
posible por dejar de lado tanta calamidad.
Quien trata de conservar limpia su conciencia en la discusión de nuestro
tema, debe insistir en este punto si no quiere parecer un monstruo. Es muy
fácil estimular el sentimiento y la fantasía contra los que defienden la
inviolabilidad de este norma: la propaganda recientísima a favor de la así
llamada "eutanasia" y todos sus efectos, resuena con estridencia todavía en
nuestra memoria. A nosotros, lo que nos importa es preguntarnos con
objetividad y precisión sobre los que es justo.
Por tanto, ¿es lícito matar un ser humano que no ha cometido ningún delito
ni ha usado la violencia, porque pone en peligro a los otros con su
existencia; y no en un peligro cualquiera, sino precisamente en un peligro
grande?
Si se comienza a considerar el daño como razón suficiente para violar la
vida humana, no se puede ya mantener ningún límite de modo conveniente.
Esta experiencia ha sido siempre válida, y hoy más que nunca. En el curso de
la edad moderna, sobre todo en la última generación, se ha ido debilitando
cada vez más el freno inmediato y eficaz de la vida instintiva y
sentimental, o de la sujeción religiosa; los principios éticos e incluso los
sociales son, sin embargo, vacilantes y ceden con facilidad ante una presión
vital más fuerte. Por eso, el hombre ha llegado a ser -no sólo con respecto
a las cosas sino también con respecto a los demás hombres- muy "funcional";
es decir, inclinado a tratar a sus semejantes como cosas que caen bajo la
categoría de la utilidad. De lo cual se deriva lo que ya hemos dicho antes:
que nuestro tiempo va disolviendo cada vez más a la persona singular en la
masa. La unicidad, en cuanto cualidad esencial de cada hombre es, para
muchos, algo muerto. Más o menos claramente, con un consenso más o menos
grande, en muchas personas está vivo el planteamiento de que los hombres son
tan numerosos, que la persona singular no tiene ya importancia. Es preciso
no olvidar dos hechos oscuros y peligrosos: una educación y una praxis que
impregna el comportamientos en sus mismas raíces y seis años de un conflicto
enorme, han desatado el espíritu de la muerte que, hasta el momento, no ha
sido todavía dominado.
No nos queda pues otra cosa por hacer que atenernos clara y decididamente a
la norma ética, por la cual no es lícito matar un ser humano si esa acción
no está justificada por el código penal o por la legítima defensa.
Objeciones
Se podría objetar que existe una evolución también en el ámbito de las
costumbres de la humanidad y, por esa razón, no se deberían poner principios
absolutos, sino tratar de alcanzar las normas nuevas de las nuevas
situaciones. Luego, con tiempo y buena voluntad, se encontrará el camino
justo. Es preciso, pues, examinar con cuidado la sustancia de este hecho.
Antes de nada, afirmamos que la intervención es siempre una intervención.
Las experiencias demuestran que no se trata de algo sin importancia, como
tan a menudo se la considera, sino de algo que compromete verdaderamente la
salud física. Compromiso que es tanto más grave cuanto menos propicios son
el estado general de la madre, la posibilidad de nutrición, de tranquilidad
y de cuidados. Las mismas condiciones que deberían probar el derecho del
índice social, se convierten al mismo tiempo en una protesta en su contra.
Todavía menos que la lesión física, es valorada la espiritual. El ser humano
que madura en el seno materno no es, de ninguna manera, un apéndice
(escrecencia) del tipo que sea, cuya extracción tan sólo puede resultar
beneficiosa: está profundamente unido a todo el ser de la mujer y al "ethos"
de su existencia. La madre se orienta, en cuerpo y alma, hacia la criatura
no nacida, preparándose a la inminente maternidad. Por tanto, la
intervención interrumpe un desarrollo que conforma (impregna) toda la vida
física, espiritual y caracteriológica de la madre. Verdaderamente, da miedo
ver cómo se toman a la ligera estas cosas por aquellas mujeres y, sobre
todo, por aquellos hombres que, de ordinario, tienden a ignorar la relación
que hay entre los distintos procesos de la vida femenina, tanto entre sí
mismos como con toda su existencia como mujer. Para encontrar una situación
semejante por parte del varón, sería necesario pensar en un golpe tal que
destruyese una obra en la que el artífice hubiese puesto en juego todo su
ser (a la que el artífice hubiese dedicado toda su existencia).
De otra parte, es preciso observar que no sólo existen efectos claramente
perceptibles, sino también efectos que no se advierten: las heridas íntimas
y profundas del ánimo, que tal vez no se muestran ni siquiera a quien las
sufre, pero que amenazan toda su estructura interior; las turbaciones de la
conciencia vital, que constituyen un inexorable autocastigo, a menudo en
cuestiones y en ocasiones que parecen no tener nada que ver con aquel hecho
que ha sucedido. Una melancolía imprevista, una interrupción inexplicable de
la iniciativa vital, una inseguridad aparentemente infundada de las
relaciones ambientales... Si se siguieran con cuidado los hilos hacia atrás,
conducirían hacia aquel daño provocado en las raíces de la vida, aun cuando
los motivos aducidos en su justificación aparecieran razonables y urgentes.
Ciertamente, a estas consideraciones se puede oponer que existen peligros
físicos y espirituales también si la intervención no se realiza a propósito.
Con los argumentos aducidos, la cuestión no queda resuelta aún.
Podría tener más peso la indicación de otro peligro. Según el punto de vista
de sus defensores, el "índice social" establece el derecho a matar al hombre
en desarrollo en la medida en que con su nacimiento se produzcan daños
relevantes a su familia y a él mismo. Pero una vez admitido este principio,
¿se limitaría al "índice social"? ¿Acaso no se ha delineado otro índice en
los pasados años: el "político"? ¿No ha sido declarado por la máxima
autoridad que promulga y exige el cumplimiento de las leyes, o sea, por el
Estado, que le corresponde decidir si uno de sus súbditos puede conservar la
vida o perderla? Y perderla, no porque haya cometido un delito o porque su
existencia cause daños a los otros, sino más bien por el simple hecho de que
ese súbdito concreto le parece un indeseable al Estado a causa de una
cualidad singular: por ejemplo, su pertenencia a un determinado pueblo.
Parece una fantasía de novela de intriga, pero durante doce años fue la
teoría y la praxis oficial. Pero de una concepción similar se puede aún
deducir, sin duda, que el Estado tiene el derecho de determinar qué niños
pueden llegar a nacer y cuales no. ¿Y quién puede decir qué posibilidades
esconde el futuro si caminamos en esta dirección? ¿Qué pueblo resultará
indeseable y a cual estado se lo parecerá?
En este tipo de cuestiones, apenas desaparece el principio absoluto y ocupa
su lugar un juicio práctico de utilidad o nocividad, no hay forma de
establecer un límite, y todo empieza a caminar de mal en peor. Puede ser
proclamado un índice tras otro, con una gran cantidad de argumentos muy
convincentes a disposición del público, por no hablar de las técnicas para
llevarlos a la práctica. Y esto no significa sino que la razón moral, cuando
esta se encarna en el Estado, a la hora de distinguir entre lo que es recto
y lo que no lo es, capitula frente a la"vida misma" y sus fines.
Pero enumerar estas posibilidades, no resuelve todavía la cuestión de un
modo definitivo.
El punto de vista decisivo
La respuesta definitiva la da el hecho de que la vida en desarrollo es un
hombre. Y el hombre, a causa de la dignidad de su persona, no se puede matar
sino en legítima defensa o con fundamento en el derecho.
Una persona humana es inviolable, no ya porque viva y tenga, por tanto,
"derecho a la vida". Un derecho similar lo tendría también el animal, puesto
que también él vive; y si se compara un hermoso animal en libertad a un
hombre enfermo o maltratado por el destino, aquél parece tener bastante más
valor que este. Pero la vida del hombre no puede ser violada porque el
hombre es persona.
Persona significa capacidad para el autodominio y para la responsabilidad
personal, para vivir en la verdad y en el orden moral. La persona no es un
algo de naturaleza psicológica, sino existencial. No depende
fundamentalmente de la edad, o de las condiciones físico-psíquicas, o de los
dones naturales, sino de su alma espiritual singular. La personalidad puede
estar desconectada, como sucede en la persona que duerme; sin embargo, ya
existe una protección moral. En general, es también posible que no se actúe
porque faltan los presupuestos fisiológicos y psicológicos, como sucede en
el caso de los locos y de los idiotas. Pero el hombre civilizado se
distingue del bárbaro precisamente porque respeta también a la persona
cuando se encuentra en semejante situación. También puede estar escondida,
como sucede en el embrión; pero ya existe y con derecho propio.
La personalidad da al hombre su dignidad: lo distingue de las cosas y hace
de él un sujeto. Una cosa, tiene consistencia, pero no en sí misma; causa
determinados efectos, pero no tiene responsabilidad; tiene valor, pero no
dignidad. Se trata algo como una cosa en cuanto que se la posee, se la usa
y, al final, se la destruye; referido a los seres vivos, cuando se la mata.
La prohibición de matar al hombre representa el grado más alto de no
tratarlo como cosa. Era, sin duda, lógico que el Estado, si niega en su
"concepción del mundo" la dignidad espiritual de la persona y considera al
hombre un mero ser genérico, es decir, un elemento más de la estructura
social, se arrogase también el derecho de matarlo, si eso estaba conforme
con sus objetivos.
El respeto del hombre en cuanto persona es una de las exigencias que no
admiten discusión: depende de ello la dignidad, pero también el bienestar y,
en definitiva, la duración de la humanidad. Si esta exigencia se pone en
duda, se cae en la barbarie. Es imposible hacerse una idea de cuales son las
amenazas que pueden surgir para la vida y el alma del hombre si, privado del
baluarte de este respeto, acaba siendo puesto en manos del Estado moderno y
de su técnica.
De aquí se deriva precisamente la respuesta a la afirmación, siempre
recurrente, de que la mujer tiene el derecho de disponer de su propio cuerpo
y puede, por tanto, pretender que esa situación de su cuerpo que se llama
embarazo sea transformada mediante las medidas oportunas. Ahora bien, el
hijo no es simplemente "cuerpo de la madre", no es una parte de ella en el
mismo sentido en que es parte un órgano o una escrecencia, sino que es un
hombre en desarrollo. En esta realidad de echo se expresa la esencia más
íntima de la maternidad y, con respecto a ella, la esencia de la feminidad
en general. Ser madre no significa "producir vida": también los animales
hacen esto; sino "dar la vida a un hombre". Y un hombre es una persona,
primero de todo como dormida y después, despertándose lentamente. De este
modo, en inmediata relación con la madre, crece un ser que, formándose, se
sustrae a ella siguiendo la propia determinación interior. En eso reside la
grandeza y también el elemento trágico de la maternidad. El hijo está tan
íntimamente unido con la madre, que forma con ella un único ámbito de vida.
Sin embargo, no se disuelve en ella sino que está, simultáneamente y desde
el primer momento de su vida, en inmediata relación con la existencia, con
las normas absolutas, con Dios.
Sobre la maternidad ha caído un diluvio de sentimentalismo. Especialmente
por parte de aquellos que, cuando estaban en juego sus intereses, se la
saltaban a la torera sin la más mínima preocupación por la dignidad y el
derecho de la madre. Debería resultar sospechoso el tono con el que se
hablaba -y con el que todavía se habla- de estas cosas. Quien habla de tal
guisa, no es sincero. El asentimiento y la exaltación que expresan las
palabras son de naturaleza instintiva y sentimental, y pueden volverse de un
momento a otro en su contrario: en irreverencia, abuso e incluso crueldad,
porque falta en ellas la única cosa verdaderamente importante en este caso:
la persona de la madre y la del hijo. Y precisamente aquí se resuelve el
carácter de la maternidad y se resuelve, a priori, la relación con el propio
cuerpo. No es verdad que la mujer tenga simplemente "el derecho a disponer
del propio cuerpo": tiene tan poco derecho a ello como el varón. Hombre y
mujer tienen este derecho frente al derecho de otro, frente al derecho del
Estado; y no gozan de él en sentido absoluto, puesto que el cuerpo no es un
cuerpo animal, sino un cuerpo humano sometido, también frente a la voluntad
de quien lo posee, a la tutela de las normas que determinan la existencia
personal. Sin embargo, no es este el aspecto del problema que debe
ocuparnos. Lo que nos interesa es que el niño, en el seno de la madre, si
bien por un lado le pertenece y vive de ella, por otro lado le es sustraído,
puesto que está sometido a la ley de la propia personalidad, ciertamente
todavía latente, pero ya poseída. La madre no es la dueña de la vida en
desarrollo, sino que ésta le es confiada a su custodia. Así pues,
sustancialmente, no tiene sobre ella mayores derechos de los que tenga -por
la misma causa- cualquier ser humano sobre otro ser humano.
Otra comparación, sin duda más eficaz, permite ver el núcleo de la cuestión:
la afirmación de que el hijo en el seno de la madre sea simplemente una
parte del cuerpo de ella, equivale a firmar que la persona, en el Estado, no
es más que una simple parte del todo estatal. La opinión que permite a la
madre disponer del niño que vive en ella, debe también conceder al Estado el
derecho de disponer de los hombres que forman parte de él. Y precisamente
ante una perspectiva tal, se horroriza el ánimo del hombre contemporáneo:
estar en las manos de una autoridad dominante que niega el derecho
individual de la persona, su referencia a las normas supremas, su inmediatez
con respecto a Dios; una autoridad que asegura que el hombre es una parte
suya y que tiene una relación con la existencia en la medida de la función
que desempeñe; una autoridad jerárquica que dispone de un poder cada vez
mayor y de una técnica cada vez más segura para poner en práctica su
pretensión de poder. Y esto, no sólo oponiéndose a la voluntad de la persona
singular, sino también penetrando en su interior mediante la sugestión y la
propaganda, de manera que el juicio del oprimido capitule frente al del
opresor, y la teoría conduzca al delito.
Finalmente, no podemos olvidarnos de otra cosa: si con base en el "índice
social", se le reconoce a los padres el derecho de hacer matar al hombre en
formación, entonces, a este derecho le corresponde un deber concreto en otra
sede: el deber de llevar a cabo la matanza. El Estado no puede dejar en
manos de la iniciativa privada el cumplimiento de la intervención, pues de
ello se derivaría un daño imprevisible. Así pues, si el Estado declara que,
en determinadas condiciones desesperadas, los padres pueden solicitar la
interrupción del embarazo, en consecuencia debe también poner los medios
necesarios para que alguien la lleve a cabo. Cada médico puede negarse; sin
embargo, si se diese el caso límite de que todos los médicos rehusaran
realizar esa intervención, el Estado debería obligar a uno a que lo haga.
Mostrar la situación límite sirve para revelar lo que se oculta en la norma
y que no se nota usualmente. Así pues, hemos llegado precisamente al punto
en el cual -como en aquellos oscuros doce años- un hombre es puesto frente a
un dilema: o hacer lo que para su conciencia es un asesinato, o bien perder
su trabajo: una de las peores formas de desgarro social que pueda darse
nunca.
Una nueva objeción
Pero aún se eleva una importante protesta contra todo lo que vamos
exponiendo. Protesta a la que se debe responder, si no se quiere poner de
nuevo todo en tela de juicio. Y puede enunciarse así: según las
declaraciones de este escrito, matar al ser en desarrollo estaría sometido a
una norma que vale para el ser humano, ¿pero es un ser humano el fruto que
hay en el seno materno?
Que lo sea en los últimos meses de su desarrollo es incuestionable, porque
afirmar que llega a serlo tan sólo en el momento en que se independiza del
seno materno sería demasiado ingenuo. La psicología está en condiciones de
avanzar en el camino del inconsciente hasta en la vida psíquica del
nasciturus, y la pedagogía habla de una educación pre-natal. ¿Pero es un ser
humano desde el primer momento de su desarrollo. O bien lo llega a ser en un
momento cualquiera, que se determina con exactitud, entre la concepción y el
nacimiento? Porque entonces, por lo que se refiere a nuestro problema, es
verdaderamente importante determinar tal momento, donde poder efectuar la
intervención sin escrúpulos morales.
Se dice que en la primera etapa, o sea, hasta que han pasado los cien días,
el embrión no es todavía un verdadero y propio ser humano, sino más bien -y
aquí retomamos desde un nuevo punto de vista un razonamiento iniciado más
arriba- una formación totalmente dependiente del organismo materno. Apenas
se examina, libre de prejuicios, esta afirmación, de ve de inmediato que no
está dictada necesariamente por el mismo objeto, sino desde el exterior, por
motivos que tienen que ver con determinados intereses vitales. Y se
comprueba, por otra parte, que se fundamenta sobre una concepción
materialista del ser viviente.
¿Qué se podría objetar si alguno asegurase que un determinado vegetal existe
como tal sólo cuando se manifiesta claramente el carácter de árbol? ¿O si
alguno asegurase que un animal, cuyo desarrollo tiene lugar fuera del
organismo materno, por ejemplo, un pez, es este pez sólo cuando tiene
escamas y espinas y todo cuanto pertenece a su forma característica? Se
podría responder que se trata de un absurdo, puesto que el modo de existir
del viviente proviene de un inicio simple: partiendo de la división de una
célula o de la unión de dos, pasa por una serie de transformaciones hasta el
pleno desarrollo morfológico, para después, a través de las distintas formas
de estabilización y del decaimiento, alcanzar la muerte. Estos estadios
singulares -y esto es esencial- no se siguen unos a otros yuxtapuestos
exteriormente en serie, sino que forman un todo, una figura en el sentido
estricto del término.
Lo que llamamos organismo, desde este punto de vista, presenta dos formas
fenoménicas. Una, en la contemporaneidad, donde las distintas formaciones
-desde las moléculas de albúmina hasta los órganos más complejos- se reúnen
en una estructura unitaria y con consistencia propia; dicho de otra manera:
cada momento singular se forma a priori de acuerdo con la estructura total,
digamos, con la forma tectónica. Pero hay también otra forma: la que se da
en la sucesión, donde los distintos estados a través de los cuales ha pasado
o debe pasar todavía el individuo -desde la primera forma de las células
originarias que se separan o desde las células de los padres que se unen,
hasta alcanzar y dejar atrás la plena madurez y llegar al último
decaimiento-, forman una estructura igualmente unitaria y consistente de por
sí; expresándolo de otro modo: cada fase se coordina en la totalidad de la
serie evolutiva, de -por decirlo así- la forma en desarrollo. Esta forma en
devenir es tan necesaria y característica para el ser viviente en cuestión
como la forma tectónica, y no es posible suprimir una fase de aquella ni un
miembro de esta. Por su parte, ambas formas -tectónica y en desarrollo- se
pertenecen mutuamente; podríamos decir precisamente que entre ambas
representan el organismo: la primera, en el espacio; la otra, en el tiempo.
En cualquier caso, se trata de una unidad indivisible, puesto que cada
elemento viene determinado por el todo y al revés, el todo necesita de cada
elemento. El "árbol" es aquella figura que está en la presencia del espacio
dispuesta en raíz, tronco, ramas, hojas; pero es también aquella serie de
fases que van haciéndose realidad en la sucesión temporal de simiente,
embrión, arbusto, árbol adulto desarrollado. En cada fase, siempre idéntico
a sí mismo; totalmente realizado en la serie completa, hasta el último morir
de la raíz. Sostener que el ser considerado por nosotros comienza a ser él
mismo sólo cuando ha recorrido ya un cierto número de formas evolutivas,
sería mecanicismo puro y rudo, que considera una cantidad de partículas al
margen de una totalidad viviente. Quien ha comprendido de algún modo qué es
un "organismo", no puede por menos dejar de decir que el ser viviente en
cuestión comienza por la división de la primera célula, o bien por la unión
de las dos células de los progenitores.
Y esto vale también para el hombre. La curva de su forma en devenir se
inicia con la unión de las células de los padres, culmina en la perfección
morfológica y acaba con la muerte. Así pues, esa forma es ya un ser humano
desde el omento de la concepción. Como lo es en el último momento: el de la
muerte. No es posible, en buena lógica, pensar de otro modo.
Si, no obstante, se quiere objetar cómo cómo es posible que los primeros
estadios de la evolución pueden llevar consigo la importancia espiritual de
la dignidad humana, se debe responder de nuevo que es un planteamiento
materialista poner un pensar según la cantidad en lugar de un pensar según
la calidad. Puesto que las primeras células poseen, en efecto, toda la
potencialidad estructural de la vida futura, contienen también en potencia
todas las formas que se generan, no sólo mediante el desarrollo embrionario,
sino también en el que seguirá al momento del nacimiento, a través de la
infancia edad madura decaimiento. A fin de que de la cantidad 2 resulte la
cantidad 5, es necesario añadirle la cantidad 3; de otro modo, permanece
todavía 2. Pero a fin de que del primer estadio del organismo se formen los
siguientes, no es necesario ningún añadido, sino tan sólo un desarrollo:
existe ya en potencia todo lo que será.
Una concepción mecanicista no puede hacerse cargo del ser vivo, puesto que
lo ve como yuxtaposición exterior, como una máquina. Además, lleva consigo
un gran peligro respecto a la comprensión del valor: el de recibir la
impronta de la cantidad, ya sea de la masa, ya sea del número de los
elementos formados en acto. Quien piensa de esta manera, tanto menos verá a
la persona humana en el embrión cuanto menor sea el tamaño y menos
diferenciada sea la organización del estadio de evolución en que se
encuentre; y, como consecuencia, siempre tendrá menos impedimentos para
intervenir en la vida embrionaria.
Por otra parte, no debemos olvidar las demás consecuencias de semejante modo
de ver las cosas que, en términos generales, sostiene que el ser humano no
tiene un carácter esencial, sino que es algo que existe en grado superior o
inferior : precisamente en la medida en que el estadio de desarrollo que se
considera se acerca al "optimum", a la situación suprema de riqueza formal y
de energía vital. De esta manera se va manifestando una graduación no sólo
en la evolución embrionaria que hasta el momento estamos examinando, sino
también en otros aspectos del complejo vital. La distancia del punto óptimo
puede ser considerada marcha atrás, hacia el principio, con esta conclusión:
cuanto más primitivo es el estadio de la evolución embrionaria, tanto menos
humano es el producto. Pero también puede ser considerada según el momento
más avanzado, para concluir: cuando el estadio de la evolución autónoma está
más distante del culmen, o sea, cuanto más viejo es el individuo, es tanto
menos persona. La distancia del "optimum" puede, por otra parte,
manifestarse mediante todas aquellas minusvaloraciones que se llaman
enfermedad, debilidad, desventura; y entonces se concluye: cuanto más
enfermo débil desventurado es un individuo, tanto menos puede pretender el
carácter verdadero de ser humano.
Pero entonces, todo depende de como se fije la escala explicativa del índice
de eliminación de las formas minusválidas, ya sea embrionarias como después
del nacimiento. Y se debe recordar de nuevo cómo la teoría y la praxis del
más reciente pasado han llegado en realidad a esta conclusión, con plena
conciencia, admitiendo el horrible concepto de una "vida privada de valor
vital".
Las primeras víctimas fueron los locos y los idiotas; hubieran seguido por
los enfermos incurables -los cuales ya, en realidad, no siguieron-, y los
viejos y los incapaces para el trabajo hubieran cerrado la serie. Pero
llegar a este punto significa que el ámbito de la existencia digna del
hombre ha sido definitivamente abandonado, porque una mentalidad tal es
barbarie desnuda y cruda.
Verdaderamente, concepción y muerte, ascenso y decadencia, infancia y
madurez, salud y enfermedad, pertenecen a ese todo que llamamos "hombre".
Son elementos de la totalidad de su existencia, que no es sólo naturaleza,
sino también historia; que no tiene sólo un desarrollo, sino un destino; que
no supone sólo enriquecimiento y daño, sino también conservación y
alteración, victoria y derrota, superación y expiación. Y la enfermedad
superada con coraje, la incapacidad de rendimiento de la que florecen
bondad, sabiduría, madurez, son mucho más "valores vitales" que una salud
que vuelve al hombre brutal y una bravura que desnaturaliza la existencia.
Quien piensa de manera coherente con lo anterior, no puede dejar de concluir
que el ser humano es verdaderamente una persona desde el primer momento de
su desarrollo, o sea, desde la unión de las células de los padres, de manera
que todos los estadios de su desarrollo están sometidos a las normas que
valen para el hombre.
Más aún: se puede decir con toda precisión que si alguno, empujado por el
hecho de que la semejanza exterior del embrión con la persona humana
disminuye cada vez más según se mira hacia atrás, se siente inducido a no
considerarlo como hombre y ,sin embargo, protege la humanidad todavía
latente en el embrión con vigilante conciencia, ha alcanzado verdadera y
propiamente una madurez ética.
Porque el indefenso es confiado al fuerte, y en el hecho de que el hombre
use su superioridad para proteger al otro radica la diferencia entre fuerza
y prepotencia. Esta protección, allí donde se trata de la vida en
desarrollo, asume un especial carácter decisivo para la vida humana. Por eso
nos conmueve siempre el sacrificio que la verdadera madre lleva a cabo en
pro de esta tarea. La misma tarea que lleva a cabo el padre cuando protege a
la madre y al niño que se forma en ella. Y lo mismo el médico, que sabe ver
al ser humano allí donde el ojo inexperto no lo reconoce todavía, y se hace
casi su procurador y defensor contra las consideraciones utilitarias que lo
solicitan.
Aquí se ha dicho algo que establece el más profundo "ethos" médico. El
decano de la pedagogía, Hermann Nohl, definió una vez al educador como aquel
hombre que representa el sentido de la juventud no sólo frente a la
pretensión autoritaria de la sociedad, sino también frente a sus impulsos
instintivos. Del médico se puede decir algo similar: él representa el
derecho del hombre enfermo frente a la brutalidad de los sanos, y representa
el derecho del hombre en desarrollo frente al egoísmo de los adultos,
también del que proviene de la necesidad. Sucede aquí que la
incorruptibilidad descansa sobre una clara visión de la esencia del hombre y
de la obligación incondicionada de tutelar su dignidad. El médico conoce
mejor que cualquier otro el dolor y la miseria de la vida; sabe también que
el dolor y la miseria de los hombres es de una naturaleza distinta a los de
las bestias, puesto que es una persona inalienable en su dignidad
espiritual, insustituible en su responsabilidad eterna. A él le es confiada
la situación de enfermedad y de imperfección de cada uno, no sólo como
fenómeno físico-psíquico o como un elemento de la asistencia pública, sino
en cuanto contenido de la persona, de su existir y de su conservación. Por
eso no debe actuar nunca como si la persona no existiese, como si no fuese
persona; todo lo contrario: está obligado a protegerla en el ámbito de su
competencia, también contra las presiones de motivos en sí buenos, pero que
deben permanecer subordinados a razones superiores, ante todo y sobre todo a
la inviolabilidad de la persona.
El principio y la miseria
Pero, ¿acaso no hemos olvidado, en el curso de nuestras consideraciones, que
la indigencia de muchos hombres, es tan grande, que no se sabe bien cómo
puede prosperar la nueva vida?
Creo que no, porque existen dos maneras de salir al encuentro de las
tribulaciones humanas.
Una es evidente. Consiste en disminuir los dolores y eliminar las causas
inmediatas de los daños. La otra no es tan evidente, pero es igualmente
importante; más aún, es más importante. Consiste en ayudar al hombre a fin
de que, en las tribulaciones, conserve la visión de la vida en su totalidad,
el sentimiento de lo que en ella es esencial, el sentido de las distinciones
absolutas; y supere, con tal ánimo, todo lo que le sucede.
Por muy importante que sea el primer modo, si contradice al segundo, se
transforma en daño. Quien libra a una familia de una futura restricción de
sus posibilidades de vida y alimento, matando la vida que se forma, a corto
plazo ha solucionado el problema de modo providencial; pero a largo plazo y
referido a la totalidad, ha acrecentado la calamidad. Sería como uno que,
para poder encender el fuego, despedazase las vigas de la casa: de momento,
se calentaría, pero la casa quedaría en ruinas.
En el problema del que nos estamos ocupando, se entrecruzan las cuestiones
más variadas: jurídicas, económicas, sociales y psicológicas, sin olvidar
las referentes a la más amarga miseria personal y general. Son tan urgentes,
que la tentación de decir que sería necesario resolverlas inmediatamente,
está siempre presente; después, ya veremos qué pasa. Este sentimiento es
comprensible y digno de alabanza, pero no es justo.
A través de lo intrincado de todas las consideraciones, debe quedar
definitivamente claro que sólo una pregunta es importante. Una pregunta que
va más allá del problema particular del que hemos partido y conduce al punto
fundamental: el hombre, ¿se pertenece a sí mismo, a la familia, al Estado, o
bien está sometido a la majestad de una instancia absoluta cuya norma
regula, ya sea los deseos personales, ya sea las pretensiones sociales?
Si es verdad lo primero, entonces el hombre está abandonado no sólo a sí
mismo, a sus deseos, a sus necesidades y a sus concepciones de la vida,
ideas, etc., sino también a la situación social y a su más poderosa
expresión: el Estado. Tanto cada uno en particular como el Estado
encontrarán siempre razones -a menudo óptimas y convincentes, pero nunca
definitivas y, por tanto, falsas desde el punto de vista de la totalidad-
para dar un carácter de justicia estricta a lo que quieran. Lo hemos
experimentado.
Si es verdad el segundo planteamiento, entonces los deseos y las
tribulaciones de cada uno, así como la fuerza sugestiva de la situación
social y la violencia del Estado, están frente a un límite moral absoluto. Y
este límite, no sólo inhibe, sino que también salva: salva al hombre y al
Estado -lo que es propio del hombre y lo que es propio del Estado- de la
confusión que nace de ellos mismos. Una tutela de este tipo deriva de una
norma, y cada norma obliga. En determinadas circunstancias, quizá cueste
sacrificio; un sacrificio particularmente grave para aquellos que no
comprenden por qué deben realizarlo, o que tienen la impresión de que esa
norma tutela sólo a ciertos grupos, o que es la expresión de una justicia de
clase; y así tantas otras cosas. Pero verdaderamente, por encima de
cualquier otra consideración significa, lisa y llanamente, la tutela y la
defensa del ser humano.
Al igual que existe una lógica de la ciencia, existe también una lógica de
la vida. La primera es evidente: por ejemplo, cuando dice que una piedra,
atraída por la fuerza de la gravedad hacia el centro de la tierra, no puede
moverse hacia lo alto. La otra lógica es más difícil de entender, pero es
tan inexorable como la primera: afirma que las acciones normalmente
equivocadas, aunque parezcan útiles, al final conducen a la ruina. Mentir
puede tener ventajas una, diez, cien veces; pero finalmente, siega de raíz
aquello sobre lo que se apoya la vida: en la propia interioridad, el respeto
a sí mismo; y en la relación con los demás, la confianza. Un daño que no
tiene remedio. Esta consecuencia es inexorable: al igual que lo es la ley de
la gravedad. Una lógica de este tipo funciona también en nuestro caso. En el
hombre existe algo que no puede ser tocado por su misma esencia: la
sublimidad de la persona viviente. Pueden ser aducidas razones importantes
para hacerlo, y pueden incluso hacerse tan urgentes que, quien se resista,
puede parecer un doctrinario sin entrañas. Pero, ceder en esto, es la
destrucción final, la destrucción, precisamente, de lo que debería ser
salvado.
Se apela al derecho de intervención -el que nootros estamos poniendo en tela
de juicio- en nombre de la libertad y de la posibilidad de que el desarrollo
de ser humano tenga una calidad de vida adecuada. Pero entonces, el
resultado del balance final será que la vida está en las manos del egoísmo
de cada uno y del punto de vista del Estado. Y ya va siendo hora de que
aprendamos a ver cuales son las consecuencias. Hemos experimentado qué
significa ceder primero en una cosa, después en otra y después en una
tercera, asegurando cada vez que no se podía hacer otra cosa, que era
inevitable actuar así; buscando cada vez el modo de convencernos a nosotros
mismos que no sucedería lo peor. Hasta que nos encontramos de sopetón con lo
peor a la vuelta de la esquina... Toda violación de la persona,
especialmente cuando se efectúa bajo el amparo de la ley, prepara el camino
al Estado totalitario. Rechazar esto y aprobar aquello, no denota
precisamente claridad de pensamiento ni una conciencia despierta y recta.
De todas formas, en el principio claramente intuido se encuentra una ayuda
práctica inmediata. Médicos de gran experiencia afirman que el médico que
rechaza destruir la vida del ser humano en desarrollo por razones médicas,
se vuelve más prudente e ingenioso, y es capaz de conducir a buen fin muchos
casos que, a primera vista, parecían desesperados. Lo mismo vale decir
también aquí.
Problemas como los que hemos considerando, deben ser discutidos partiendo de
la totalidad y de la duración de la existencia de la familia y del pueblo,
si no se quiere resolverlos a la ligera. No hay ninguna duda de que una
mentalidad que aprueba el "índice social", hace enfermar las fuerzas del
carácter y la iniciativa de la vida. Al contrario: si los padres están
convencidos de que toda vida humana está sometida desde sus comienzos a la
ley moral que prohibe el asesinato, esta convicción los hará más delicados
de conciencia, más prontos a la renuncia y más fuertes en la actuación
coherente. En eso consiste, tanto en la totalidad como en la duración, la
ayuda que verdaderamente importa.
Antes de concluir, una última cosa que no debemos omitir. Los partidarios
del "índice social" sostienen y declaran que mucha gente dispone de tan
pobre alimentación, vivienda y posibilidad de vida, que estarían obligados a
matar a un ser humano todavía en desarrollo, si no quieren disminuir en el
futuro la disponibilidad de esos bienes a los que ya existen. Ahora bien,
eso significa que el ordenamiento económico-social está afectado desde sus
mismo cimientos.
Antes de que el Estado recurra al medio de la matanza para disminuir la
calamidad presente en este desorden, antes de que anime a las madres a
desear o a permitir la muerte del hijo que está formándose en sus entrañas,
debería comprobar con toda seriedad y a conciencia que se ha hecho todo lo
posible -todo, verdaderamente- para restablecer el orden adecuado. Y
entonces, sin duda, llegará a este resultado: si el Estado quiere -si quiere
realmente-, no hay necesidad de matar para que se pueda vivir. Basta con
tomar medidas y sacrificarse.
Sobre un tema como el que estamos tratando, se podrían decir muchas más
cosas: si esta responsabilidad es o no efectivamente captada y asumida
plenamente; si tiene todo su peso en el empleo del dinero público, en la
administración de los víveres y de las viviendas, y tantas otras cosas.
También esto sería una materia a tratar en particular. Aquí se toca lo
esencial. Lo que está en el fundamento no es, como cree el sedicente "hombre
práctico", superflua teoría, sino esclarecimiento y confirmación de la
"razón" sobre lo que todo se apoya, también la praxis justa.