Saturday, March 25, 2006

"El derecho a la vida antes del nacimiento"

Romano Guardini



El problema y la norma

La cuestión que nos interesa, se suele formular del siguiente modo: ¿es lícito destruir la vida del niño que está madurando en las entrañas de la madre?

Esta pregunta surge, en primer lugar, del hecho de que se trata de un ser singular que, sin embargo, influye sobre otros seres igualmente singulares y sobre grupos enteros. Primero, sobre la misma madre; y después, más ampliamente, sobre la familia y sobre el pueblo. La existencia de este ser podría significar la amenaza de un peligro para la madre, la familia y la colectividad. ¿Es lícito matarlo para evitar este peligro?

Sin embargo, la cuestión es más amplia. El individuo humano es concebido sin contar con su voluntad. Su desarrollo depende de la madre hasta el momento del nacimiento; después, de la familia y de la sociedad. Así pues, todos los que cooperan a su desarrollo, sobre todo los padres y el Estado, son responsables de él. Siendo así, ¿no deben, quizá, en determinadas circunstancias, representar el interés de un ser que todavía no es independiente, incluso en lo que respecta a su presencia física en el mundo? Si están persuadidos de que la vida de este futuro hombre será desventurada, ¿no es acaso su deber preservarlo de la desventura?

Estos problemas han sido siempre actuales, pero durante mucho tiempo fueron resueltos con fe en la divina providencia. Se convirtieron en agobiantes cuando muchos perdieron la conciencia de esta guía celestial y llegaron a una concepción del hombre como dueño y único responsable de su existencia. A la vez, paralelamente a este desarrollo, la sociología y la medicina crearon las premisas que hicieron posible una acción metódica en este campo. Finalmente, en la sociedad de masas de la existencia moderna, se fue perdiendo cada vez más el sentido -antes muy vivo- de la intangibilidad fundamental de la vida humana. Después, he aquí que se agrava la situación externa: alimentación y vivienda, educación y carrera universitaria, asistencia y cuidados médicos, son puestos de tal manera en entredicho, como sucede hoy de hecho, que aquellos problemas aumentan de intensidad de un modo amenazador. Tanto más cuanto que, en los últimos tiempos, el gobierno del estado y la educación del pueblo niegan radicalmente la dignidad del hombre y se han aliado con todo lo que de violento hay en su naturaleza. Estos hechos han ejercido un influjo grande sobre el modo de sentir y de juzgar de la mayoría de las personas. Y conviene -mencionándolo ya desde el principio- no dar por supuesto con demasiada facilidad que, discutiendo problemas como el que ahora nos ocupa, seamos personalmente inmunes a semejantes influencias.

En la medida en que el hombre salía de la barbarie, se hacía a la luz cada vez con más nitidez el principio que dice: no es lícito tocar la vida del hombre mientras no ha cometido un delito para el cual, según el derecho vigente, está fijada la pena de muerte; o bien mientras no ataca a otra persona, que sólo puede salvarse matando al agresor. Un tercer caso es el de la guerra. Pero en el juicio acerca de ella, de una generación a esta parte se hace evidente una crisis cada vez más profunda: cada vez se aprecia con más claridad que la guerra, tal como viene organizada por la "técnica", es bien distinta de aquella otra en la que estaban presente los valores, del todo obvios, de la fidelidad a la Patria, el honor, el valor del coraje y del sacrificio. Así, parece que el derecho a matar que se deriva de ella, no es ya tan indiscutible como antes.

De cuanto hemos visto hasta ahora, podemos concluir que no es lícito destruir la vida del ser humano que madura en el seno materno, puesto que no ha cometido ningún delito ni ha puesto a otro hombre en situación de legítima defensa. Y a pesar de todo, la vida de la madre puede ser puesta en peligro por el niño de manera tal, que se pueda deducir, de este "índice médico", un derecho a sacrificar la vida del hijo. La justificación para intervenir ante semejante peligro no es, sin embargo, tan evidente como a menudo se afirma: requiere un examen más detenido. Pero no vamos a ocuparnos ahora de eso. Lo que nos interesa ahora no es el "índice médico", sino el "social".

Quien da por justificado este índice, afirma: el ser humano en desarrollo está en relación inmediata con la vida de la familia y de la sociedad, a través de las cuales recibe una influencia y sobre las que, a su vez, ejerce un influjo. Ahora bien, la relación puede llegar a ser en tal modo desfavorable, que sea lícito preservar de sus consecuencias tanto a la familia como al hijo en cuestión, matando -digámoslo así- a este último. No pretendemos hacer una descripción minuciosa de la situación actual, cuya gravedad supera todo cuanto la memoria de Europa puede recordar. Me atrevo a esperar que el lector querrá creer que el autor -sin necesidad de esta descripción- sabe algo sobre ella; y que reconozca la obligación de hacer lo posible por dejar de lado tanta calamidad.

Quien trata de conservar limpia su conciencia en la discusión de nuestro tema, debe insistir en este punto si no quiere parecer un monstruo. Es muy fácil estimular el sentimiento y la fantasía contra los que defienden la inviolabilidad de este norma: la propaganda recientísima a favor de la así llamada "eutanasia" y todos sus efectos, resuena con estridencia todavía en nuestra memoria. A nosotros, lo que nos importa es preguntarnos con objetividad y precisión sobre los que es justo.

Por tanto, ¿es lícito matar un ser humano que no ha cometido ningún delito ni ha usado la violencia, porque pone en peligro a los otros con su existencia; y no en un peligro cualquiera, sino precisamente en un peligro grande?

Si se comienza a considerar el daño como razón suficiente para violar la vida humana, no se puede ya mantener ningún límite de modo conveniente.

Esta experiencia ha sido siempre válida, y hoy más que nunca. En el curso de la edad moderna, sobre todo en la última generación, se ha ido debilitando cada vez más el freno inmediato y eficaz de la vida instintiva y sentimental, o de la sujeción religiosa; los principios éticos e incluso los sociales son, sin embargo, vacilantes y ceden con facilidad ante una presión vital más fuerte. Por eso, el hombre ha llegado a ser -no sólo con respecto a las cosas sino también con respecto a los demás hombres- muy "funcional"; es decir, inclinado a tratar a sus semejantes como cosas que caen bajo la categoría de la utilidad. De lo cual se deriva lo que ya hemos dicho antes: que nuestro tiempo va disolviendo cada vez más a la persona singular en la masa. La unicidad, en cuanto cualidad esencial de cada hombre es, para muchos, algo muerto. Más o menos claramente, con un consenso más o menos grande, en muchas personas está vivo el planteamiento de que los hombres son tan numerosos, que la persona singular no tiene ya importancia. Es preciso no olvidar dos hechos oscuros y peligrosos: una educación y una praxis que impregna el comportamientos en sus mismas raíces y seis años de un conflicto enorme, han desatado el espíritu de la muerte que, hasta el momento, no ha sido todavía dominado.

No nos queda pues otra cosa por hacer que atenernos clara y decididamente a la norma ética, por la cual no es lícito matar un ser humano si esa acción no está justificada por el código penal o por la legítima defensa.

Objeciones

Se podría objetar que existe una evolución también en el ámbito de las costumbres de la humanidad y, por esa razón, no se deberían poner principios absolutos, sino tratar de alcanzar las normas nuevas de las nuevas situaciones. Luego, con tiempo y buena voluntad, se encontrará el camino justo. Es preciso, pues, examinar con cuidado la sustancia de este hecho.

Antes de nada, afirmamos que la intervención es siempre una intervención. Las experiencias demuestran que no se trata de algo sin importancia, como tan a menudo se la considera, sino de algo que compromete verdaderamente la salud física. Compromiso que es tanto más grave cuanto menos propicios son el estado general de la madre, la posibilidad de nutrición, de tranquilidad y de cuidados. Las mismas condiciones que deberían probar el derecho del índice social, se convierten al mismo tiempo en una protesta en su contra.

Todavía menos que la lesión física, es valorada la espiritual. El ser humano que madura en el seno materno no es, de ninguna manera, un apéndice (escrecencia) del tipo que sea, cuya extracción tan sólo puede resultar beneficiosa: está profundamente unido a todo el ser de la mujer y al "ethos" de su existencia. La madre se orienta, en cuerpo y alma, hacia la criatura no nacida, preparándose a la inminente maternidad. Por tanto, la intervención interrumpe un desarrollo que conforma (impregna) toda la vida física, espiritual y caracteriológica de la madre. Verdaderamente, da miedo ver cómo se toman a la ligera estas cosas por aquellas mujeres y, sobre todo, por aquellos hombres que, de ordinario, tienden a ignorar la relación que hay entre los distintos procesos de la vida femenina, tanto entre sí mismos como con toda su existencia como mujer. Para encontrar una situación semejante por parte del varón, sería necesario pensar en un golpe tal que destruyese una obra en la que el artífice hubiese puesto en juego todo su ser (a la que el artífice hubiese dedicado toda su existencia).

De otra parte, es preciso observar que no sólo existen efectos claramente perceptibles, sino también efectos que no se advierten: las heridas íntimas y profundas del ánimo, que tal vez no se muestran ni siquiera a quien las sufre, pero que amenazan toda su estructura interior; las turbaciones de la conciencia vital, que constituyen un inexorable autocastigo, a menudo en cuestiones y en ocasiones que parecen no tener nada que ver con aquel hecho que ha sucedido. Una melancolía imprevista, una interrupción inexplicable de la iniciativa vital, una inseguridad aparentemente infundada de las relaciones ambientales... Si se siguieran con cuidado los hilos hacia atrás, conducirían hacia aquel daño provocado en las raíces de la vida, aun cuando los motivos aducidos en su justificación aparecieran razonables y urgentes.

Ciertamente, a estas consideraciones se puede oponer que existen peligros físicos y espirituales también si la intervención no se realiza a propósito. Con los argumentos aducidos, la cuestión no queda resuelta aún.

Podría tener más peso la indicación de otro peligro. Según el punto de vista de sus defensores, el "índice social" establece el derecho a matar al hombre en desarrollo en la medida en que con su nacimiento se produzcan daños relevantes a su familia y a él mismo. Pero una vez admitido este principio, ¿se limitaría al "índice social"? ¿Acaso no se ha delineado otro índice en los pasados años: el "político"? ¿No ha sido declarado por la máxima autoridad que promulga y exige el cumplimiento de las leyes, o sea, por el Estado, que le corresponde decidir si uno de sus súbditos puede conservar la vida o perderla? Y perderla, no porque haya cometido un delito o porque su existencia cause daños a los otros, sino más bien por el simple hecho de que ese súbdito concreto le parece un indeseable al Estado a causa de una cualidad singular: por ejemplo, su pertenencia a un determinado pueblo. Parece una fantasía de novela de intriga, pero durante doce años fue la teoría y la praxis oficial. Pero de una concepción similar se puede aún deducir, sin duda, que el Estado tiene el derecho de determinar qué niños pueden llegar a nacer y cuales no. ¿Y quién puede decir qué posibilidades esconde el futuro si caminamos en esta dirección? ¿Qué pueblo resultará indeseable y a cual estado se lo parecerá?

En este tipo de cuestiones, apenas desaparece el principio absoluto y ocupa su lugar un juicio práctico de utilidad o nocividad, no hay forma de establecer un límite, y todo empieza a caminar de mal en peor. Puede ser proclamado un índice tras otro, con una gran cantidad de argumentos muy convincentes a disposición del público, por no hablar de las técnicas para llevarlos a la práctica. Y esto no significa sino que la razón moral, cuando esta se encarna en el Estado, a la hora de distinguir entre lo que es recto y lo que no lo es, capitula frente a la"vida misma" y sus fines.

Pero enumerar estas posibilidades, no resuelve todavía la cuestión de un modo definitivo.

El punto de vista decisivo

La respuesta definitiva la da el hecho de que la vida en desarrollo es un hombre. Y el hombre, a causa de la dignidad de su persona, no se puede matar sino en legítima defensa o con fundamento en el derecho.

Una persona humana es inviolable, no ya porque viva y tenga, por tanto, "derecho a la vida". Un derecho similar lo tendría también el animal, puesto que también él vive; y si se compara un hermoso animal en libertad a un hombre enfermo o maltratado por el destino, aquél parece tener bastante más valor que este. Pero la vida del hombre no puede ser violada porque el hombre es persona.

Persona significa capacidad para el autodominio y para la responsabilidad personal, para vivir en la verdad y en el orden moral. La persona no es un algo de naturaleza psicológica, sino existencial. No depende fundamentalmente de la edad, o de las condiciones físico-psíquicas, o de los dones naturales, sino de su alma espiritual singular. La personalidad puede estar desconectada, como sucede en la persona que duerme; sin embargo, ya existe una protección moral. En general, es también posible que no se actúe porque faltan los presupuestos fisiológicos y psicológicos, como sucede en el caso de los locos y de los idiotas. Pero el hombre civilizado se distingue del bárbaro precisamente porque respeta también a la persona cuando se encuentra en semejante situación. También puede estar escondida, como sucede en el embrión; pero ya existe y con derecho propio.

La personalidad da al hombre su dignidad: lo distingue de las cosas y hace de él un sujeto. Una cosa, tiene consistencia, pero no en sí misma; causa determinados efectos, pero no tiene responsabilidad; tiene valor, pero no dignidad. Se trata algo como una cosa en cuanto que se la posee, se la usa y, al final, se la destruye; referido a los seres vivos, cuando se la mata. La prohibición de matar al hombre representa el grado más alto de no tratarlo como cosa. Era, sin duda, lógico que el Estado, si niega en su "concepción del mundo" la dignidad espiritual de la persona y considera al hombre un mero ser genérico, es decir, un elemento más de la estructura social, se arrogase también el derecho de matarlo, si eso estaba conforme con sus objetivos.

El respeto del hombre en cuanto persona es una de las exigencias que no admiten discusión: depende de ello la dignidad, pero también el bienestar y, en definitiva, la duración de la humanidad. Si esta exigencia se pone en duda, se cae en la barbarie. Es imposible hacerse una idea de cuales son las amenazas que pueden surgir para la vida y el alma del hombre si, privado del baluarte de este respeto, acaba siendo puesto en manos del Estado moderno y de su técnica.

De aquí se deriva precisamente la respuesta a la afirmación, siempre recurrente, de que la mujer tiene el derecho de disponer de su propio cuerpo y puede, por tanto, pretender que esa situación de su cuerpo que se llama embarazo sea transformada mediante las medidas oportunas. Ahora bien, el hijo no es simplemente "cuerpo de la madre", no es una parte de ella en el mismo sentido en que es parte un órgano o una escrecencia, sino que es un hombre en desarrollo. En esta realidad de echo se expresa la esencia más íntima de la maternidad y, con respecto a ella, la esencia de la feminidad en general. Ser madre no significa "producir vida": también los animales hacen esto; sino "dar la vida a un hombre". Y un hombre es una persona, primero de todo como dormida y después, despertándose lentamente. De este modo, en inmediata relación con la madre, crece un ser que, formándose, se sustrae a ella siguiendo la propia determinación interior. En eso reside la grandeza y también el elemento trágico de la maternidad. El hijo está tan íntimamente unido con la madre, que forma con ella un único ámbito de vida. Sin embargo, no se disuelve en ella sino que está, simultáneamente y desde el primer momento de su vida, en inmediata relación con la existencia, con las normas absolutas, con Dios.

Sobre la maternidad ha caído un diluvio de sentimentalismo. Especialmente por parte de aquellos que, cuando estaban en juego sus intereses, se la saltaban a la torera sin la más mínima preocupación por la dignidad y el derecho de la madre. Debería resultar sospechoso el tono con el que se hablaba -y con el que todavía se habla- de estas cosas. Quien habla de tal guisa, no es sincero. El asentimiento y la exaltación que expresan las palabras son de naturaleza instintiva y sentimental, y pueden volverse de un momento a otro en su contrario: en irreverencia, abuso e incluso crueldad, porque falta en ellas la única cosa verdaderamente importante en este caso: la persona de la madre y la del hijo. Y precisamente aquí se resuelve el carácter de la maternidad y se resuelve, a priori, la relación con el propio cuerpo. No es verdad que la mujer tenga simplemente "el derecho a disponer del propio cuerpo": tiene tan poco derecho a ello como el varón. Hombre y mujer tienen este derecho frente al derecho de otro, frente al derecho del Estado; y no gozan de él en sentido absoluto, puesto que el cuerpo no es un cuerpo animal, sino un cuerpo humano sometido, también frente a la voluntad de quien lo posee, a la tutela de las normas que determinan la existencia personal. Sin embargo, no es este el aspecto del problema que debe ocuparnos. Lo que nos interesa es que el niño, en el seno de la madre, si bien por un lado le pertenece y vive de ella, por otro lado le es sustraído, puesto que está sometido a la ley de la propia personalidad, ciertamente todavía latente, pero ya poseída. La madre no es la dueña de la vida en desarrollo, sino que ésta le es confiada a su custodia. Así pues, sustancialmente, no tiene sobre ella mayores derechos de los que tenga -por la misma causa- cualquier ser humano sobre otro ser humano.

Otra comparación, sin duda más eficaz, permite ver el núcleo de la cuestión: la afirmación de que el hijo en el seno de la madre sea simplemente una parte del cuerpo de ella, equivale a firmar que la persona, en el Estado, no es más que una simple parte del todo estatal. La opinión que permite a la madre disponer del niño que vive en ella, debe también conceder al Estado el derecho de disponer de los hombres que forman parte de él. Y precisamente ante una perspectiva tal, se horroriza el ánimo del hombre contemporáneo: estar en las manos de una autoridad dominante que niega el derecho individual de la persona, su referencia a las normas supremas, su inmediatez con respecto a Dios; una autoridad que asegura que el hombre es una parte suya y que tiene una relación con la existencia en la medida de la función que desempeñe; una autoridad jerárquica que dispone de un poder cada vez mayor y de una técnica cada vez más segura para poner en práctica su pretensión de poder. Y esto, no sólo oponiéndose a la voluntad de la persona singular, sino también penetrando en su interior mediante la sugestión y la propaganda, de manera que el juicio del oprimido capitule frente al del opresor, y la teoría conduzca al delito.

Finalmente, no podemos olvidarnos de otra cosa: si con base en el "índice social", se le reconoce a los padres el derecho de hacer matar al hombre en formación, entonces, a este derecho le corresponde un deber concreto en otra sede: el deber de llevar a cabo la matanza. El Estado no puede dejar en manos de la iniciativa privada el cumplimiento de la intervención, pues de ello se derivaría un daño imprevisible. Así pues, si el Estado declara que, en determinadas condiciones desesperadas, los padres pueden solicitar la interrupción del embarazo, en consecuencia debe también poner los medios necesarios para que alguien la lleve a cabo. Cada médico puede negarse; sin embargo, si se diese el caso límite de que todos los médicos rehusaran realizar esa intervención, el Estado debería obligar a uno a que lo haga.

Mostrar la situación límite sirve para revelar lo que se oculta en la norma y que no se nota usualmente. Así pues, hemos llegado precisamente al punto en el cual -como en aquellos oscuros doce años- un hombre es puesto frente a un dilema: o hacer lo que para su conciencia es un asesinato, o bien perder su trabajo: una de las peores formas de desgarro social que pueda darse nunca.

Una nueva objeción

Pero aún se eleva una importante protesta contra todo lo que vamos exponiendo. Protesta a la que se debe responder, si no se quiere poner de nuevo todo en tela de juicio. Y puede enunciarse así: según las declaraciones de este escrito, matar al ser en desarrollo estaría sometido a una norma que vale para el ser humano, ¿pero es un ser humano el fruto que hay en el seno materno?

Que lo sea en los últimos meses de su desarrollo es incuestionable, porque afirmar que llega a serlo tan sólo en el momento en que se independiza del seno materno sería demasiado ingenuo. La psicología está en condiciones de avanzar en el camino del inconsciente hasta en la vida psíquica del nasciturus, y la pedagogía habla de una educación pre-natal. ¿Pero es un ser humano desde el primer momento de su desarrollo. O bien lo llega a ser en un momento cualquiera, que se determina con exactitud, entre la concepción y el nacimiento? Porque entonces, por lo que se refiere a nuestro problema, es verdaderamente importante determinar tal momento, donde poder efectuar la intervención sin escrúpulos morales.

Se dice que en la primera etapa, o sea, hasta que han pasado los cien días, el embrión no es todavía un verdadero y propio ser humano, sino más bien -y aquí retomamos desde un nuevo punto de vista un razonamiento iniciado más arriba- una formación totalmente dependiente del organismo materno. Apenas se examina, libre de prejuicios, esta afirmación, de ve de inmediato que no está dictada necesariamente por el mismo objeto, sino desde el exterior, por motivos que tienen que ver con determinados intereses vitales. Y se comprueba, por otra parte, que se fundamenta sobre una concepción materialista del ser viviente.

¿Qué se podría objetar si alguno asegurase que un determinado vegetal existe como tal sólo cuando se manifiesta claramente el carácter de árbol? ¿O si alguno asegurase que un animal, cuyo desarrollo tiene lugar fuera del organismo materno, por ejemplo, un pez, es este pez sólo cuando tiene escamas y espinas y todo cuanto pertenece a su forma característica? Se podría responder que se trata de un absurdo, puesto que el modo de existir del viviente proviene de un inicio simple: partiendo de la división de una célula o de la unión de dos, pasa por una serie de transformaciones hasta el pleno desarrollo morfológico, para después, a través de las distintas formas de estabilización y del decaimiento, alcanzar la muerte. Estos estadios singulares -y esto es esencial- no se siguen unos a otros yuxtapuestos exteriormente en serie, sino que forman un todo, una figura en el sentido estricto del término.

Lo que llamamos organismo, desde este punto de vista, presenta dos formas fenoménicas. Una, en la contemporaneidad, donde las distintas formaciones -desde las moléculas de albúmina hasta los órganos más complejos- se reúnen en una estructura unitaria y con consistencia propia; dicho de otra manera: cada momento singular se forma a priori de acuerdo con la estructura total, digamos, con la forma tectónica. Pero hay también otra forma: la que se da en la sucesión, donde los distintos estados a través de los cuales ha pasado o debe pasar todavía el individuo -desde la primera forma de las células originarias que se separan o desde las células de los padres que se unen, hasta alcanzar y dejar atrás la plena madurez y llegar al último decaimiento-, forman una estructura igualmente unitaria y consistente de por sí; expresándolo de otro modo: cada fase se coordina en la totalidad de la serie evolutiva, de -por decirlo así- la forma en desarrollo. Esta forma en devenir es tan necesaria y característica para el ser viviente en cuestión como la forma tectónica, y no es posible suprimir una fase de aquella ni un miembro de esta. Por su parte, ambas formas -tectónica y en desarrollo- se pertenecen mutuamente; podríamos decir precisamente que entre ambas representan el organismo: la primera, en el espacio; la otra, en el tiempo. En cualquier caso, se trata de una unidad indivisible, puesto que cada elemento viene determinado por el todo y al revés, el todo necesita de cada elemento. El "árbol" es aquella figura que está en la presencia del espacio dispuesta en raíz, tronco, ramas, hojas; pero es también aquella serie de fases que van haciéndose realidad en la sucesión temporal de simiente, embrión, arbusto, árbol adulto desarrollado. En cada fase, siempre idéntico a sí mismo; totalmente realizado en la serie completa, hasta el último morir de la raíz. Sostener que el ser considerado por nosotros comienza a ser él mismo sólo cuando ha recorrido ya un cierto número de formas evolutivas, sería mecanicismo puro y rudo, que considera una cantidad de partículas al margen de una totalidad viviente. Quien ha comprendido de algún modo qué es un "organismo", no puede por menos dejar de decir que el ser viviente en cuestión comienza por la división de la primera célula, o bien por la unión de las dos células de los progenitores.

Y esto vale también para el hombre. La curva de su forma en devenir se inicia con la unión de las células de los padres, culmina en la perfección morfológica y acaba con la muerte. Así pues, esa forma es ya un ser humano desde el omento de la concepción. Como lo es en el último momento: el de la muerte. No es posible, en buena lógica, pensar de otro modo.

Si, no obstante, se quiere objetar cómo cómo es posible que los primeros estadios de la evolución pueden llevar consigo la importancia espiritual de la dignidad humana, se debe responder de nuevo que es un planteamiento materialista poner un pensar según la cantidad en lugar de un pensar según la calidad. Puesto que las primeras células poseen, en efecto, toda la potencialidad estructural de la vida futura, contienen también en potencia todas las formas que se generan, no sólo mediante el desarrollo embrionario, sino también en el que seguirá al momento del nacimiento, a través de la infancia edad madura decaimiento. A fin de que de la cantidad 2 resulte la cantidad 5, es necesario añadirle la cantidad 3; de otro modo, permanece todavía 2. Pero a fin de que del primer estadio del organismo se formen los siguientes, no es necesario ningún añadido, sino tan sólo un desarrollo: existe ya en potencia todo lo que será.

Una concepción mecanicista no puede hacerse cargo del ser vivo, puesto que lo ve como yuxtaposición exterior, como una máquina. Además, lleva consigo un gran peligro respecto a la comprensión del valor: el de recibir la impronta de la cantidad, ya sea de la masa, ya sea del número de los elementos formados en acto. Quien piensa de esta manera, tanto menos verá a la persona humana en el embrión cuanto menor sea el tamaño y menos diferenciada sea la organización del estadio de evolución en que se encuentre; y, como consecuencia, siempre tendrá menos impedimentos para intervenir en la vida embrionaria.

Por otra parte, no debemos olvidar las demás consecuencias de semejante modo de ver las cosas que, en términos generales, sostiene que el ser humano no tiene un carácter esencial, sino que es algo que existe en grado superior o inferior : precisamente en la medida en que el estadio de desarrollo que se considera se acerca al "optimum", a la situación suprema de riqueza formal y de energía vital. De esta manera se va manifestando una graduación no sólo en la evolución embrionaria que hasta el momento estamos examinando, sino también en otros aspectos del complejo vital. La distancia del punto óptimo puede ser considerada marcha atrás, hacia el principio, con esta conclusión: cuanto más primitivo es el estadio de la evolución embrionaria, tanto menos humano es el producto. Pero también puede ser considerada según el momento más avanzado, para concluir: cuando el estadio de la evolución autónoma está más distante del culmen, o sea, cuanto más viejo es el individuo, es tanto menos persona. La distancia del "optimum" puede, por otra parte, manifestarse mediante todas aquellas minusvaloraciones que se llaman enfermedad, debilidad, desventura; y entonces se concluye: cuanto más enfermo débil desventurado es un individuo, tanto menos puede pretender el carácter verdadero de ser humano.

Pero entonces, todo depende de como se fije la escala explicativa del índice de eliminación de las formas minusválidas, ya sea embrionarias como después del nacimiento. Y se debe recordar de nuevo cómo la teoría y la praxis del más reciente pasado han llegado en realidad a esta conclusión, con plena conciencia, admitiendo el horrible concepto de una "vida privada de valor vital".

Las primeras víctimas fueron los locos y los idiotas; hubieran seguido por los enfermos incurables -los cuales ya, en realidad, no siguieron-, y los viejos y los incapaces para el trabajo hubieran cerrado la serie. Pero llegar a este punto significa que el ámbito de la existencia digna del hombre ha sido definitivamente abandonado, porque una mentalidad tal es barbarie desnuda y cruda.

Verdaderamente, concepción y muerte, ascenso y decadencia, infancia y madurez, salud y enfermedad, pertenecen a ese todo que llamamos "hombre". Son elementos de la totalidad de su existencia, que no es sólo naturaleza, sino también historia; que no tiene sólo un desarrollo, sino un destino; que no supone sólo enriquecimiento y daño, sino también conservación y alteración, victoria y derrota, superación y expiación. Y la enfermedad superada con coraje, la incapacidad de rendimiento de la que florecen bondad, sabiduría, madurez, son mucho más "valores vitales" que una salud que vuelve al hombre brutal y una bravura que desnaturaliza la existencia.

Quien piensa de manera coherente con lo anterior, no puede dejar de concluir que el ser humano es verdaderamente una persona desde el primer momento de su desarrollo, o sea, desde la unión de las células de los padres, de manera que todos los estadios de su desarrollo están sometidos a las normas que valen para el hombre.

Más aún: se puede decir con toda precisión que si alguno, empujado por el hecho de que la semejanza exterior del embrión con la persona humana disminuye cada vez más según se mira hacia atrás, se siente inducido a no considerarlo como hombre y ,sin embargo, protege la humanidad todavía latente en el embrión con vigilante conciencia, ha alcanzado verdadera y propiamente una madurez ética.

Porque el indefenso es confiado al fuerte, y en el hecho de que el hombre use su superioridad para proteger al otro radica la diferencia entre fuerza y prepotencia. Esta protección, allí donde se trata de la vida en desarrollo, asume un especial carácter decisivo para la vida humana. Por eso nos conmueve siempre el sacrificio que la verdadera madre lleva a cabo en pro de esta tarea. La misma tarea que lleva a cabo el padre cuando protege a la madre y al niño que se forma en ella. Y lo mismo el médico, que sabe ver al ser humano allí donde el ojo inexperto no lo reconoce todavía, y se hace casi su procurador y defensor contra las consideraciones utilitarias que lo solicitan.

Aquí se ha dicho algo que establece el más profundo "ethos" médico. El decano de la pedagogía, Hermann Nohl, definió una vez al educador como aquel hombre que representa el sentido de la juventud no sólo frente a la pretensión autoritaria de la sociedad, sino también frente a sus impulsos instintivos. Del médico se puede decir algo similar: él representa el derecho del hombre enfermo frente a la brutalidad de los sanos, y representa el derecho del hombre en desarrollo frente al egoísmo de los adultos, también del que proviene de la necesidad. Sucede aquí que la incorruptibilidad descansa sobre una clara visión de la esencia del hombre y de la obligación incondicionada de tutelar su dignidad. El médico conoce mejor que cualquier otro el dolor y la miseria de la vida; sabe también que el dolor y la miseria de los hombres es de una naturaleza distinta a los de las bestias, puesto que es una persona inalienable en su dignidad espiritual, insustituible en su responsabilidad eterna. A él le es confiada la situación de enfermedad y de imperfección de cada uno, no sólo como fenómeno físico-psíquico o como un elemento de la asistencia pública, sino en cuanto contenido de la persona, de su existir y de su conservación. Por eso no debe actuar nunca como si la persona no existiese, como si no fuese persona; todo lo contrario: está obligado a protegerla en el ámbito de su competencia, también contra las presiones de motivos en sí buenos, pero que deben permanecer subordinados a razones superiores, ante todo y sobre todo a la inviolabilidad de la persona.

El principio y la miseria

Pero, ¿acaso no hemos olvidado, en el curso de nuestras consideraciones, que la indigencia de muchos hombres, es tan grande, que no se sabe bien cómo puede prosperar la nueva vida?

Creo que no, porque existen dos maneras de salir al encuentro de las tribulaciones humanas.

Una es evidente. Consiste en disminuir los dolores y eliminar las causas inmediatas de los daños. La otra no es tan evidente, pero es igualmente importante; más aún, es más importante. Consiste en ayudar al hombre a fin de que, en las tribulaciones, conserve la visión de la vida en su totalidad, el sentimiento de lo que en ella es esencial, el sentido de las distinciones absolutas; y supere, con tal ánimo, todo lo que le sucede.

Por muy importante que sea el primer modo, si contradice al segundo, se transforma en daño. Quien libra a una familia de una futura restricción de sus posibilidades de vida y alimento, matando la vida que se forma, a corto plazo ha solucionado el problema de modo providencial; pero a largo plazo y referido a la totalidad, ha acrecentado la calamidad. Sería como uno que, para poder encender el fuego, despedazase las vigas de la casa: de momento, se calentaría, pero la casa quedaría en ruinas.

En el problema del que nos estamos ocupando, se entrecruzan las cuestiones más variadas: jurídicas, económicas, sociales y psicológicas, sin olvidar las referentes a la más amarga miseria personal y general. Son tan urgentes, que la tentación de decir que sería necesario resolverlas inmediatamente, está siempre presente; después, ya veremos qué pasa. Este sentimiento es comprensible y digno de alabanza, pero no es justo.

A través de lo intrincado de todas las consideraciones, debe quedar definitivamente claro que sólo una pregunta es importante. Una pregunta que va más allá del problema particular del que hemos partido y conduce al punto fundamental: el hombre, ¿se pertenece a sí mismo, a la familia, al Estado, o bien está sometido a la majestad de una instancia absoluta cuya norma regula, ya sea los deseos personales, ya sea las pretensiones sociales?

Si es verdad lo primero, entonces el hombre está abandonado no sólo a sí mismo, a sus deseos, a sus necesidades y a sus concepciones de la vida, ideas, etc., sino también a la situación social y a su más poderosa expresión: el Estado. Tanto cada uno en particular como el Estado encontrarán siempre razones -a menudo óptimas y convincentes, pero nunca definitivas y, por tanto, falsas desde el punto de vista de la totalidad- para dar un carácter de justicia estricta a lo que quieran. Lo hemos experimentado.

Si es verdad el segundo planteamiento, entonces los deseos y las tribulaciones de cada uno, así como la fuerza sugestiva de la situación social y la violencia del Estado, están frente a un límite moral absoluto. Y este límite, no sólo inhibe, sino que también salva: salva al hombre y al Estado -lo que es propio del hombre y lo que es propio del Estado- de la confusión que nace de ellos mismos. Una tutela de este tipo deriva de una norma, y cada norma obliga. En determinadas circunstancias, quizá cueste sacrificio; un sacrificio particularmente grave para aquellos que no comprenden por qué deben realizarlo, o que tienen la impresión de que esa norma tutela sólo a ciertos grupos, o que es la expresión de una justicia de clase; y así tantas otras cosas. Pero verdaderamente, por encima de cualquier otra consideración significa, lisa y llanamente, la tutela y la defensa del ser humano.

Al igual que existe una lógica de la ciencia, existe también una lógica de la vida. La primera es evidente: por ejemplo, cuando dice que una piedra, atraída por la fuerza de la gravedad hacia el centro de la tierra, no puede moverse hacia lo alto. La otra lógica es más difícil de entender, pero es tan inexorable como la primera: afirma que las acciones normalmente equivocadas, aunque parezcan útiles, al final conducen a la ruina. Mentir puede tener ventajas una, diez, cien veces; pero finalmente, siega de raíz aquello sobre lo que se apoya la vida: en la propia interioridad, el respeto a sí mismo; y en la relación con los demás, la confianza. Un daño que no tiene remedio. Esta consecuencia es inexorable: al igual que lo es la ley de la gravedad. Una lógica de este tipo funciona también en nuestro caso. En el hombre existe algo que no puede ser tocado por su misma esencia: la sublimidad de la persona viviente. Pueden ser aducidas razones importantes para hacerlo, y pueden incluso hacerse tan urgentes que, quien se resista, puede parecer un doctrinario sin entrañas. Pero, ceder en esto, es la destrucción final, la destrucción, precisamente, de lo que debería ser salvado.

Se apela al derecho de intervención -el que nootros estamos poniendo en tela de juicio- en nombre de la libertad y de la posibilidad de que el desarrollo de ser humano tenga una calidad de vida adecuada. Pero entonces, el resultado del balance final será que la vida está en las manos del egoísmo de cada uno y del punto de vista del Estado. Y ya va siendo hora de que aprendamos a ver cuales son las consecuencias. Hemos experimentado qué significa ceder primero en una cosa, después en otra y después en una tercera, asegurando cada vez que no se podía hacer otra cosa, que era inevitable actuar así; buscando cada vez el modo de convencernos a nosotros mismos que no sucedería lo peor. Hasta que nos encontramos de sopetón con lo peor a la vuelta de la esquina... Toda violación de la persona, especialmente cuando se efectúa bajo el amparo de la ley, prepara el camino al Estado totalitario. Rechazar esto y aprobar aquello, no denota precisamente claridad de pensamiento ni una conciencia despierta y recta.

De todas formas, en el principio claramente intuido se encuentra una ayuda práctica inmediata. Médicos de gran experiencia afirman que el médico que rechaza destruir la vida del ser humano en desarrollo por razones médicas, se vuelve más prudente e ingenioso, y es capaz de conducir a buen fin muchos casos que, a primera vista, parecían desesperados. Lo mismo vale decir también aquí.

Problemas como los que hemos considerando, deben ser discutidos partiendo de la totalidad y de la duración de la existencia de la familia y del pueblo, si no se quiere resolverlos a la ligera. No hay ninguna duda de que una mentalidad que aprueba el "índice social", hace enfermar las fuerzas del carácter y la iniciativa de la vida. Al contrario: si los padres están convencidos de que toda vida humana está sometida desde sus comienzos a la ley moral que prohibe el asesinato, esta convicción los hará más delicados de conciencia, más prontos a la renuncia y más fuertes en la actuación coherente. En eso consiste, tanto en la totalidad como en la duración, la ayuda que verdaderamente importa.

Antes de concluir, una última cosa que no debemos omitir. Los partidarios del "índice social" sostienen y declaran que mucha gente dispone de tan pobre alimentación, vivienda y posibilidad de vida, que estarían obligados a matar a un ser humano todavía en desarrollo, si no quieren disminuir en el futuro la disponibilidad de esos bienes a los que ya existen. Ahora bien, eso significa que el ordenamiento económico-social está afectado desde sus mismo cimientos.

Antes de que el Estado recurra al medio de la matanza para disminuir la calamidad presente en este desorden, antes de que anime a las madres a desear o a permitir la muerte del hijo que está formándose en sus entrañas, debería comprobar con toda seriedad y a conciencia que se ha hecho todo lo posible -todo, verdaderamente- para restablecer el orden adecuado. Y entonces, sin duda, llegará a este resultado: si el Estado quiere -si quiere realmente-, no hay necesidad de matar para que se pueda vivir. Basta con tomar medidas y sacrificarse.

Sobre un tema como el que estamos tratando, se podrían decir muchas más cosas: si esta responsabilidad es o no efectivamente captada y asumida plenamente; si tiene todo su peso en el empleo del dinero público, en la administración de los víveres y de las viviendas, y tantas otras cosas. También esto sería una materia a tratar en particular. Aquí se toca lo esencial. Lo que está en el fundamento no es, como cree el sedicente "hombre práctico", superflua teoría, sino esclarecimiento y confirmación de la "razón" sobre lo que todo se apoya, también la praxis justa.

Wednesday, March 22, 2006

Ley Natural, Ley mas Democrática

Así lo explica la profesora de Ética de la Universidad de Navarra Ana Marta González en esta entrevista

La ley natural no está escrita en un código, aunque por sí misma está llamada a inspirar las legislaciones positivas. Tanto la referencia a una ley natural como la referencia a los derechos humanos recogen una idea fundamental: hay criterios morales que preceden a nuestros acuerdos convencionales, incluso a nuestras diferencias de credo, cultura o nación.

Hablar de ley natural es hablar de unos principios morales básicos, cuya vigencia no depende de ninguna autoridad política o eclesiástica, pues precede a una y a otra. Podríamos decir que la ley natural la llevamos puesta, por el solo hecho de ser humanos. Precisamente por eso la ley natural es más democrática que la misma democracia, y constituye la base para un auténtico "diálogo de civilizaciones".

— ¿Por qué hay entonces tantas ideas distintas de la moral?

— La mayor parte de nuestros desacuerdos morales no se refieren a la ley natural sino a su materialización práctica en unas determinadas circunstancias. No discutimos acerca de si hemos de ser justos o no. Discutimos sobre la justicia de esta operación financiera, de esta reducción de plantilla. No discutimos sobre la necesidad de la seguridad ciudadana: discutimos sobre si se puede comprar la seguridad al precio de la injusticia. No discutimos sobre el derecho de ciudadanía; discutimos sobre los criterios que en un determinado momento histórico definen la condición de ciudadano... Entonces entramos en terrenos más complejos, y en los que, además, llevados por nuestros intereses, podemos engañarnos a nosotros mismos con bastante facilidad.

La ley natural no ofrece una fórmula mágica para solucionar todos estos problemas. Sencillamente nos instiga a obrar con rectitud, sin perder de vista los distintos bienes que quedan comprometidos en nuestros actos. Conviene advertir que en esa tarea no estamos solos, pues los demás, con sus críticas y objeciones, nos suelen llamar la atención acerca de las cosas que, por inclinación personal, tendemos a olvidar con más facilidad.

La ley natural no hace superflua –¡al contrario!– la discusión racional sobre los asuntos que nos conciernen a todos, porque afectan tarde o temprano a la calidad de la convivencia. (En este sentido, es muy de lamentar el bajo nivel del debate político y social, donde las razones quedan sistemáticamente sepultadas bajo la demagogia y las estrategias de manipulación).

Para que la democracia no se corrompa

— ¿Es compatible la ley natural con la democracia?

— Los procedimientos democráticos son importantes –entre otras cosas porque no son meros procedimientos–, pero no se sostienen solos, ni garantizan por sí solos la legitimidad moral de un régimen. La legitimidad moral de un régimen depende de si salvaguarda o no efectivamente el bien humano. Y esto no puede hacerse sin respetar la ley natural. Ésta es una ley no escrita, pero ha de inspirar las leyes escritas.

Como ley no escrita, basada en la común naturaleza humana, la ley natural es más democrática que la democracia. No es una frase bonita. Lo que nos hace iguales en primer término es el hecho de que todos somos humanos, de que poseemos la misma naturaleza y reconocemos la misma "ley" que nos prescribe hacer el bien y evitar el mal. Ciertamente, esto solo no basta para constituir un régimen político. En este sentido, la misma ley natural nos impulsa a concretar los modos de organizar nuestra convivencia. La democracia es uno de esos modos, posiblemente el más adecuado a la igualdad fundamental de todos los hombres.

Pero la democracia misma puede corromperse. Desde luego se corrompe cuando se opera al margen de los procedimientos que protegen la naturaleza del régimen, impidiendo, por ejemplo, que la misma democracia degenere en tiranía. Pero se corrompe también cuando se debilita el compromiso de los ciudadanos con el bien del hombre. Esto ocurre siempre que se promulgan leyes que atentan contra los bienes fundamentales, de los que depende la integridad humana. En definitiva, siempre que se atenta contra la ley natural.

Por lo demás, no hay que olvidar que, de no ser por la existencia de una ley no escrita, de una ley natural, las mismas apelaciones a la democracia pueden convertirse en una excusa para la tiranía de la mayoría. En efecto: la existencia de una ley natural es lo que nos permite distinguir entre leyes justas e injustas, o lo que nos permite pensar que una determinada ley, tal vez justa en sí misma, sin embargo no debe aplicarse en un caso determinado: la equidad de nuestros juicios depende de que sepamos reconocer el espíritu con el que fue escrita una ley, y por tanto sepamos advertir en qué medida es pertinente o no aplicarla en un caso concreto. Si no tuviéramos un sentido natural de justicia y equidad, no podríamos hacer tal cosa.

— Pero la fuerza normativa de la ética reside en que sus principios proceden de la razón, no de la naturaleza. Después de todo, nuestra biología es resultado de la evolución.

— Es cierto que la fuerza normativa de la ética procede de la razón, pero eso no significa que la naturaleza no tenga nada que decir en ética.

Ciertamente, la razón nos abre al ámbito del valor. Nos enseña a reconocer que la génesis de un proceso no coincide con su sentido: que la belleza de un cuadro es independiente del proceso que condujo a su realización; que la verdad de una ecuación es independiente de las neuronas que he tenido que emplear en resolverla; que los derechos humanos tienen validez más allá de Europa aunque su génesis –o su formulación– haya sido europea.

Sin duda, coincido con usted en que la naturaleza no es normativa de por sí: sólo puede ser normativa en la medida en que nos hacemos cargo intelectualmente de su sentido. Esto es particularmente cierto cuando pensamos en el papel que desempeñan las inclinaciones naturales en nuestro comportamiento, pues son ellas las que en primera instancia nos descubren aspectos valiosos, nos ponen en movimiento, nos llevan a actuar.

Ciertamente, las inclinaciones, por sí solas no bastan para dirigir una conducta tan compleja como la nuestra. Obrar bien requiere introducir orden en nuestros actos y deseos, para lo cual es indispensable preguntar a dónde nos llevan nuestras inclinaciones, anticipar sus fines, sus objetos, y valorarlos, todo lo cual es una obra de la razón.

Me interesa subrayar que todo esto es algo que hacemos en la vida ordinaria, cuando tras experimentar la atracción de un objeto lo examinamos, y, a resultas de esta operación, lo aceptamos o lo descartamos como objeto de nuestra intención, o bien lo retenemos como algo valioso, pero para ser realizado en otro momento, en otras circunstancias. Este proceso, implícito en nuestras decisiones, es significativo de que nuestra conducta no está determinada por nuestras inclinaciones, pero es significativo, también, de que nuestras inclinaciones proporcionan el sustrato básico a partir del cual nos resulta posible proponernos objetivos e intenciones.

De modo que en la ley natural interviene, ciertamente, la razón, pero también la naturaleza, entendiendo por naturaleza no una constitución biológica azarosa, subproducto casual de un proceso evolutivo ciego, sino una instancia tendencial diversificada en varias tendencias cuyo sentido podemos reconocer con nuestra inteligencia, e incorporar en nuestras acciones. De hecho obramos así. Y en esto precisamente encuentra otro motivo que justifica hablar de "ley natural".

Friday, March 17, 2006

CASO DE CONFLICTO ETICO

La pareja (no casada) formada por Natallie Evans y Howard Johnston decidió recurrir a la fecundación "in vitro" en 2001, cuando ella tenía un cáncer incipiente que obligaba a que le extirparan los ovarios. Obtuvieron así seis embriones que mandaron congelar, con intención de que ella los gestara una vez terminado el tratamiento que la dejaría estéril. Pero poco después los dos se separaron, y aunque ella seguía queriendo tener un hijo, él no se lo permitió. Evans acudió, sin éxito, a la justicia británica, y finalmente al TEDH.

Evans alegó tres motivos en su recurso a los jueces de Estrasburgo: primero, el derecho de los embriones a la vida; segundo, su propio derecho al respeto de la vida privada y familiar; tercero, Evans se quejaba de trato discriminatorio en comparación con la mujer que queda embarazada de modo natural, pues en este segundo caso el embrión habría continuado su desarrollo aunque el padre ya no deseara tener el hijo.

La sentencia rechaza el recurso de Evans. Por una parte, niega que el derecho a la vida reconocido en el Convenio Europeo de Derechos Humanos (art. 2) se aplique necesariamente al embrión. Según los jueces, los Estados europeos tienen al respecto amplio margen para decidir de un modo u otro. Como no hay, dicen, consenso científico y jurídico sobre el inicio de la vida humana, prevalecen las leyes nacionales.

Una vez descartado el derecho de los embriones, la sentencia considera el litigio como un conflicto entre dos voluntades. Cada parte tiene derecho al respeto a la vida personal y familiar (art. 8 del Convenio), que incluye –dice la sentencia– "el derecho al respeto de la decisión de tener un hijo o de no tenerlo". Para asegurarlo, la ley británica sobre fecundación artificial estipula que se necesita el consentimiento expreso de los dos progenitores para cada paso del proceso, del que la implantación es el último; pero otros países (Austria, Estonia, Italia) establecen que el consentimiento dado para la fecundación es irrevocable. Vista la diversidad, así como la dificultad de hallar el justo equilibrio entre los intereses de las partes, los jueces concluyen que los Estados tienen también aquí un "amplio margen de apreciación", dentro del cual cabe la solución británica.

Esta misma razón, añade la sentencia, basta para rechazar la tercera alegación, la de discriminación injusta (art. 14 del Convenio). La diferencia de trato con las mujeres que pueden concebir de modo natural está objetivamente justificada, pues su fin es proteger la libertad de una y otra parte en el peculiar caso de la fecundación artificial.

En consecuencia, los seis embriones de Evans y Johnston serán destruidos, en conformidad con la ley británica, salvo en el improbable caso de que la recurrente logre llevar su demanda a la Gran Sala del TEDH y que allí le den la razón.

Equidad imposible

En verdad no es fácil dirimir el pleito entre Evans y Johnston. Ella quiere ser madre; iba a serlo con acuerdo de él, pero luego él se retracta y le deja sin su única oportunidad de tener un hijo. Él, por su parte, una vez terminada la relación entre ambos, se niega a que le hagan padre, contra su voluntad, de un niño al que no va a cuidar. El TEDH, al admitir que el hombre pueda revocar su consentimiento después de la fecundación, da por válida la tesis, mantenida por el Reino Unido, según la cual la responsabilidad parental no se adquiere hasta la implantación, aunque también considera aceptable que otros países definan el asunto de manera diversa.

En contra, Evans alegó que en la fecundación "in vitro", la situación de la mujer, que ha de gestar, no es comparable con la del hombre, de modo que el derecho de ella es prioritario. Los jueces reconocen que la mujer está involucrada en la reproducción en grado más intenso; pero replican que, a los efectos del art. 8, el derecho de la parte masculina no es menos digno de protección que el de la mujer. Ciertamente, la peculiaridad femenina implica, de hecho, que su decisión es revocable y que ella goza de poder de veto, pues no sería posible obligarla a gestar si no quisiera que le implantasen los embriones. Así pues, parece equitativo dar derecho de veto a ambas partes hasta la implantación, como hace la ley británica. La sentencia considera que con esa opción se logra un tratamiento equilibrado de los intereses de una y otra parte.

Pero el aparente equilibrio se rompe luego, pues realmente no es verdad que la inamisible responsabilidad parental se adquiera con la implantación. Iniciado el embarazo, la mujer tiene derecho absoluto de veto, cualquiera que sea la voluntad del hombre. Como la ley permite el aborto, la decisión de ella sigue siendo revocable, aunque él ya no pueda echarse atrás. El padre en ningún caso puede evitar que la madre aborte si ella quiere, y tampoco puede obligarla a abortar si ella quiere dar a luz.

Por otro lado, la ley británica –y las de otros países– no es del todo coherente al exigir el consentimiento expreso de ambas partes, pues a la vez admite que nazcan niños sin padre legal, mediante semen de donante. Entonces, no acaba de explicarse por qué Evans no podría tener un hijo sin padre legal, como tantos otros. Johnston simplemente quedaría en una situación similar a la de tantos donantes de semen que, con la bendición de la ley, son padres sin responsabilidad paterna. Pero se ve que no hay problema en crear huérfanos de encargo... con tal que el padre tenga los ojos vendados. Un observador imparcial se preguntaría si es menos irresponsable el que no quiere saber que quien rehúsa la carga conocida.

En bien del niño

La procreación asistida tiende a generar paradojas y una maraña jurídica que se presta a pleitos muy difíciles de resolver con equidad. El problema está en el inicio mismo. La fecundación artificial desvirtúa el sentido de la maternidad y la paternidad, al ponerlas en un contexto técnico y comercial donde pueden surgir problemas como en todos los contratos, operaciones mercantiles y prestación de servicios con precio.

Pero si no se quiere replantear todo, al menos se podría hacer el sistema un poco menos absurdo. Lo primero sería dar alguna relevancia jurídica al interés del embrión, aunque no se le reconociera expresamente como sujeto propio de derechos. No tiene sentido que la ley –como en Gran Bretaña– obligue, antes de admitir una solicitud de reproducción asistida, a tomar en consideración el bien del niño que nacerá y, una vez que es embrión, se prive de fuerza jurídica a su bien. En segundo lugar, se reducirían los pleitos si el acceso a la reproducción asistida se limitase a los matrimonios, como ya se hace en algunos países. También sería prudente que el consentimiento fuera irrevocable desde el primer momento. Además, si solo se permitiera crear los embriones estrictamente imprescindibles, para implantarlos de inmediato, y se prohibiera congelarlos, desaparecería el lapso en el que pueden cambiar las circunstancias o las voluntades y surgir conflictos irresolubles.

LEY ESPAÑOLA REPRODUCCION ASISTIDA

LA LEY DE REPRODUCCIÓN ASISTIDA
Una ley gravemente perniciosa
Juan Moya
Doctor en Medicina y en Derecho Canónico

La Ley de Reproducción Asistida aprobada por el Congreso y que ahora habrá de estudiar el Senado no está teniendo, en mi opinión, la necesaria atención en los medios de opinión pública, y existe el riesgo de que la mayor parte de los ciudadanos no sean suficientemente conscientes de la gravedad de lo que está en juego. Con mayor motivo porque los ecos que a algunos menos informados les llegan son los “propagandísticos”, con los que se pretende presentar esta Ley como la avanzadilla de la ciencia y la panacea para curar enfermedades congénitas. Al margen de los graves reparos éticos que comentaremos, ese “ropaje” con el que se reviste no responde a la realidad: la ciencia no necesita recurrir a estos procedimientos para investigar, ni hoy por hoy la terapia génica o genética es posible. Los que sí saldrán ganando son determinadas clínicas privadas y laboratorios, que incrementarán sus “bancos” de embriones y verán abierta la puerta para comercializar con ellos, es decir, con vidas humanas aunque sea en fase embrionaria.Los dos principios de la LeyLa Ley en cuestión se apoya en dos principios fundamentales. Si esos principios fueran correctos, poco o nada habría que objetar a este proyecto de Ley. Pero si esos principios son falsos, la ley cae por su base. Y en mi opinión, parece claro que son falsos.El primer principio es de tipo moral: no se formula como tal, pero se deduce directamente de su contenido. El segundo se presenta como “científico”, pero en realidad es ideológico, y sin base científica.El primer principio es que el fin justifica los medios. El segundo, que el llamado por algunos “preembrión” (embrión de 14 días o menos) no sería otra cosa que un conjunto de células, pero no propiamente un embrión humano.El fin no justifica los medios. Si fuera cierto que el fin justifica los medios no existiría ninguna otra norma moral que regulara el comportamiento humano. Bastaría con escoger un “buen fin” y cualquier medio para conseguirlo sería válido. Así, se justificaría el aborto para “solucionar” los embarazos no deseados; y la eutanasia para “remedio” de enfermedades incurables, o –como en China- el infanticidio de niñas para evitar la superpoblación. Y es que no basta que el fin sea bueno; ha de serlo también el “medio” o acto moral que llevemos a cabo para conseguirlo.El preembrión. En cuanto al concepto de preembrión, Mac Laren, la genetista británica que lo introdujo en 1994 presionada por intereses económicos e ideológicos ajenos al ámbito científico, se ha arrepentido de ello, porque se ha utilizado no para designar una fase más del desarrollo embrionario –la que abarca desde la concepción hasta el día 14 de su ciclo vital-, sino para, arbritariamente, decir que en este periodo aún no podría considerarse que hay vida humana, sino un simple conjunto celular del que se podría disponerse para la investigación. Basta un mínimo de conocimientos biológicos para saber que desde el primer instante en que el óvulo es fecundado por el espermatozoide –en la especie humana y en cualquier otra en la que la reproducción se hace por apareamiento del macho y la hembra- comienza una nueva vida, distinta a la de sus progenitores, con todas los requisitos genéticos necesarios para que, si no se interrumpe voluntariamente el desarrollo, llegue a nacer un nuevo ser al término previsto del embarazo.El desarrollo del óvulo fecundado. El óvulo una vez fecundado por el espermatozoide se desarrolla de modo orgánico, sistemático, uniforme, sin saltos cualitativos, sin que, después de la fecundación, pueda hablarse de un momento en el que no hay vida y otro en el que ya la hay: si en cualquier óvulo fecundado, desde el primer instante de la fecundación, no hay un nuevo ser de la misma especie que sus progenitores –prescindamos de los hipotéticos cruces de razas en animales-, nunca llegará a nacer un ser vivo. Pero si nace, tanto en los animales como en la especie humana, es porque empezó siendo un cigoto (óvulo fecundado) de 2, 4, 8, 16, 32 células, y luego –sin solución de continuidad- pasó por la fase de mórula y luego la de blástula, y luego se implantó en la cavidad uterina, y siguió dividiéndose, y a los 14 días comenzó el rudimento de lo que será el Sistema Nervioso Central (la notocorda), y a las 8 semanas de vida tendrá ya las huellas dactilares, y a las 12 semanas estará completamente formados todos sus órganos..., pero en todos y cada uno de esos días de desarrollo es el mismo SER HUMANO, y por tanto PERSONA HUMANA (prescindamos ahora del concepto jurídico de persona que algunas legislaciones positivistas establecen, no conformes a la realidad biológica y metafísica que comienza a existir desde la fecundación). Para la biología, la antropología, la metafísica y desde luego la religión, es persona. Y desde luego tampoco importa si el embrión se ha implantado ya o no en el útero: tan independiente es de la madre en su estructura cromosómica antes como después; y tan dependiente es en la alimentación necesaria para su subsistencia antes como después. Si no es persona humana antes tampoco lo será después. Y si lo es después igualmente lo es antes. En todo caso, ¿es que ni siquiera se le puede aplicar el beneficio de la duda?El embrión humano es un hijo.- Insistamos en que ese “conjunto celular” incipiente no es un mero conglomerado de células yuxtapuestas, como realidades independientes, sino un organismo pluricelular armónicamente unido, es un único ser, coordinado y dirigido por una “inteligencia” que lo encamina hacia un fin “escrito” en los genes: llegar al final de un proceso que comenzó con la fecundación, seguirá con el periodo embrionario y fetal, después con el parto y nacimiento, y todo el desarrollo posterior hasta su muerte..Ante este asombroso “misterio” podemos preguntarnos quién ha organizado esas precisas leyes bioquímicas que rigen el origen y el desarrollo de ese vida humana. Sinceramente pienso que es más difícil no ver ahí la mano de Dios que reconocerle con admiración. Como es sabido, a finales de febrero ha tenido lugar en Roma un Congreso sobre “El embrión humano antes de la implantación”, con la participación de 350 expertos (científicos, médicos, teólogos, etc). En su intervención el Papa ha dicho que “quien ama la verdad debería percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos pone en condición de ver y casi de tocar la mano de Dios”. Y Elio Sgreccia, Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, resumía de modo elocuente que “el embrión humano es un hijo”.Qué permite la Ley de R . A. - Si la realidad del preembrión o embrión –que lo mismo da- es como hemos dicho, causa pavor todo lo que la Ley en proceso de aprobación permite y facilita: la selección eugenésica de embriones como “bebés medicamento” que permitirá desechar a los no “servibles” aunque estén perfectamente sanos; la producción de embriones en número superior a los que se implanten en los procesos de fecundación “in vitro”, lo que llevará a un gran incremento del número de embriones “sobrantes”, que podrán conservarse o tirarse indistintamente (no existirá la obligación de crioconservarlos); la posibilidad de donarlos para investigación; y queda la puerta abierta a la comercialización de embriones, como si de simples “animales de laboratorio” se tratara; se autoriza el diagnóstico genético preimplantatorio que permitirá elegir “bebé a la carta” (selección de sexo, bebés de determinadas características físicas, etc); se permite la clonación llamada “terapéutica” que, de hecho, requiere la misma técnica que la clonación reproductiva; se permite la donación de gametos, que podría dar lugar a “bioadulterios” e “incestos genéticos”; incluso se permite fecundar ovocitos animales con esperma humano para crear “monstruos” o “quimeras” para investigar, etc. Además, esta Ley no establece mecanismos eficaces de control de la legalidad, por lo que, en la práctica, las clínicas harán lo que quieran. Las sanciones teóricamente previstas serán en la práctica inexistentes.La mayor parte de los países del mundo, el Parlamento Europeo y la ONU no permiten la producción arbitraria de embriones, ni la investigación con embriones vivos, ni la clonación terapéutica. Esta permisividad va también contra el Código Penal vigente en nuestro país y contra el Convenio de Derechos Humanos y Biomedicina del Congreso de Europa (Convenio de Oviedo) suscrito por España. Y la desprotección del embrión –que quedará menos protegido que determinadas especies animales y otros animales que se usan para la experimentación- va contra la Jurisprudencia del Tribunal Supremo. Pero nada de esto parece importar a nuestro legisladores con tal de estar a la “cabeza” de la “modernidad”, es decir, a la cola de los países avanzados y sensatos que saben respetar la vida humana, no necesariamente por motivos religiosos, pues la protección de la vida es patrimonio de todos los hombres de buena voluntad, y que tienen el sentido común de saber que no se puede poner el hombre –aunque sea aún en fase embrionaria- al servicio de la técnica y la ciencia, sino al revés. ¡Todos hemos sido embriones!, como han recordado los Obispos. Aún estamos a tiempo de no seguir dando pasos para la “deconstrucción” de la sociedad.

Saturday, March 11, 2006

Respeto por la vida por Jaime Millás

Los políticos y el respeto por la vida

Como estamos en época previa a elecciones, se exige a los políticos opinar de todo. Ciertamente es bueno que la ciudadanía conozca el parecer de los candidatos en temas fundamentales y, desde luego, el respeto a la vida de los seres humanos es uno de ellos.
Algún candidato ha dicho que está de acuerdo con la píldora del día siguiente porque permite más libertad a los jóvenes y porque la Iglesia no gobierna el país. Sin embargo no ha analizado a fondo el asunto puesto que no es la Iglesia sino la Food and Drug Administration (FDA) americana, responsable de los medicamentos en USA, la que aclara que el levonorgestrel tiene un efecto antiimplantatorio no descartado. Es como si un padre de familia le suministrara a su hijo un compuesto cuyo efecto pudiera ser, con bastante probabilidad, letal. Además, la mal llamada anticoncepción oral de emergencia (AOE) no debería administrarse a nadie, ni siquiera en el caso de violación, por varias razones: la primera porque no se puede solucionar un mal con otro mal. Si se ha producido la fertilización, impedir la implantación del óvulo fecundado es eliminar un ser humano absolutamente inocente. El embrión, desde el momento mismo de la fecundación, constituye un ser con identidad genómica propia, con un sexo definido, y posee los elementos y la capacidad necesarios para comandar su propio desarrollo. Cuando se implante en el útero, se llamará feto; al nacer, niño; pero nunca dejará de ser persona humana. Además, el compuesto químico levonorgestrel tiene perniciosos efectos sobre la salud de la mujer como los siguientes: hepatopatía, sangrado vaginal, intolerancia a la lactosa, tromboembolismo, carcinoma de mama, infección urinaria grave, embarazo ectópico...
Otro candidato se remite al dictamen de la OMS sobre el particular. La OMS es el organismo de las Naciones Unidas especializado en salud, se creó el 7 de abril de 1948. Maneja su propio lenguaje y en su concepto de "mejorar la salud mundial" ha incluido la legalización del aborto en la mayor cantidad de países como parte de los métodos de planificación familiar. La OMS, como la FDA, reconoce el efecto antiimplantatorio o antianidatorio de la píldora del día siguiente. El problema es que, la OMS ha determinado, de manera dictatorial e inconsulta, que sólo hay embarazo en el momento de la implantación del embrión o ser humano. Antes no pasa de ser un grupo despreciable de células. Esta afirmación va en contra de todos los manuales de embriología y es una auténtica falacia que sólo confunde a los que desconocen lo más elemental del comienzo de la vida del hombre. Se pretende desorientar a la opinión pública presentando el embarazo como si éste diera origen a un nuevo ser, cuando en realidad es el nuevo ser el que da origen al embarazo.
Estas declaraciones de nuestros políticos nos llevan a pensar qué sucederá con las leyes en un eventual gobierno de cada uno de ellos. Justamente, en España, se acaba de aprobar una Ley de Reproducción Asistida. El texto prohíbe expresamente “la clonación de seres humanos con fines reproductivos”. Sin embargo, permite la clonación mal llamada terapéutica, en la cual se crean seres humanos idénticos con el hipotético fin de curar enfermedades de terceras personas. Es decir, se abre la puerta a la fabricación de clones. Este aspecto se opone a la Declaración adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas sobre la clonación, con fecha 08/03/2005 por la cual “se insta a los Países Miembros a tomar todas las medidas necesarias con el fin de prohibir toda forma de clonación humana, dado que es incompatible con la dignidad humana y la protección de la vida humana”. También el Parlamento Europeo considera que “la clonación terapeútica,..., plantea un profundo dilema moral, supone traspasar de forma irreversible la frontera en las normas de investigación…”
La ley permite el diagnóstico preimplantacional, mediante el cual pueden seleccionarse a los embriones sanos para ser implantados en el útero de la mujer, eliminando a los enfermos, abriendo así la puerta a prácticas eugenésicas inaceptables que atentan contra la dignidad del ser humano. Además, mediante esta técnica, se permite crear embriones (seres humanos) con el único fin de ser utilizados para curar a un hermano enfermo, seleccionando para esto al embrión compatible y eliminando al resto, aunque estén sanos. Se permite así la creación de "bebés medicamento", cuya vida se convierte en un medio y no en un fin en sí misma.
Además, permite la investigación con embriones. Es el hombre convertido en cobaya. El hombre en estado embrionario queda a merced de los intereses económicos de grandes empresas y clínicas privadas. Nace una nueva forma de esclavitud. Además se elimina el límite de ovocitos a fecundar, creando así un "excedente" de materia prima cuyo destino final será la crioconservación o la muerte a manos de los científicos e investigadores, destinos ambos incompatibles con la dignidad del ser humano.
Esto es lo que nos espera si no dejamos claro a todos, y especialmente a nuestros futuros gobernantes, cuando comienza la vida humana y el respeto que merece por encima de cualquier interés personal o de grupo.
Jaime Millás Mur
Director del Colegio Turicará

NUEVOS DESCUBRIMIENTOS SOBRE EL EMBRION

Los descubrimientos científicos avalan el respeto ético al embrión
La activación genética del embrión ocurre antes de lo que se imaginaba

Roma. Los nuevos datos científicos sobre el embrión van a favor de que se le otorgue el respeto ético garantizado a toda vida humana. Así se puso en evidencia durante la XII Asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida, celebrada en Roma los días 27 y 28 de febrero. Los trescientos cincuenta participantes centraron su atención en los principales aspectos científicos y bioéticos relacionados con "El embrión humano en la fase de preimplantación".

Entre las aportaciones científicas figuraban algunas de embriología comparada, como la de la profesora Magdalena Zernicka-Goetz, de Cambridge, que trató de la estructura compleja del embrión inicial. Partiendo de sus estudios sobre ratones, mostró que, frente a la idea de que embrión es solo una estructura amorfa e indeterminada, se empieza a comprobar que desde el primer momento está dotado de planos y ejes, de un proyecto que se realiza conforme a un plan determinado.

La profesora Zernicka-Goetz afirmó que hay datos que indican que la fase de totipotencia celular es mucho más limitada de lo que se imaginaba. La nueva visión sugiere que cada parte del embrión dará lugar a una parte determinada del cuerpo definitivo. Esto confiere al embrión una personalidad biológica muy superior de la que se sospechaba hace tan solo unos años.

También es más precoz de los que se creía la actividad genética y bioquímica del embrión. Según la profesora Gigliola Sica, de la Universidad del Sacro Cuore de Milán, hasta ahora se pensaba que la activación génica del embrión ocurría en la fase de ocho células y de modo muy rudimentario, pero se ha visto que ya desde el principio el número de genes activados es muy alto. Se refirió también al diálogo molecular entre embrión y madre, y a cómo el proceso de migración a través de la trompa –que se consideraba una simple "navegación"– conlleva en realidad una serie de mensajes que llegan a convertirse en verdadera sinfonía en el momento de la anidación.

Es un tema en el que existe una intensa investigación por razones opuestas. Por una parte, conocer a fondo el mecanismo de la implantación ayudará a vencer muchos problemas de esterilidad, que se deben precisamente al fracaso de la implantación. Y por otra, algunos laboratorios farmacéuticos están interesados en el conocimiento de esos mecanismos con el fin de diseñar fármacos de efecto abortivo que impidan la anidación. En todo caso, los nuevos datos sobre el protagonismo del embrión pone en crisis el eslogan feminista radical de los años setenta de "mi cuerpo es mío", pues se demuestra que el embrión modifica la fisiología de la mujer, hasta el punto de convertirse en una especie de "director de orquesta" que nueve meses más tarde llegará incluso a determinar el momento del parto.

Por lo que se refiere al diagnóstico preimplantatorio, el profesor Carlo Valerio Bellieni, de Siena, manifestó que en la actualidad no tiene la finalidad de curar sino de eliminar a los concebidos que presenten ciertas anomalías, incluso triviales.

En este sentido, propuso el concepto de "handifobia", la fobia al handicap. Se trata de una nueva cultura eugenista que no se impone ya desde el Estado, al estilo nazi, sino por iniciativa privada, impidiendo el nacimiento, por ejemplo, de los niños con síndrome de Down. El resultado final es idéntico: la eliminación de todo ser que tenga una tara genética. Una dirección totalmente opuesta fue la presentada por la profesora Marie-Odile Rethore, del Instituto Jérôme Lejeune, basada en su experiencia sobre cómo comunicar a los padres los handicaps de sus hijos

Benedicto XVI: "La vida humana es siempre un bien"

En el discurso que dirigió a los participantes en el congreso, Benedicto XVI tomó pie de la escena de la visitación de María a su prima Isabel para subrayar el sentimiento de admiración por el hombre apenas concebido que se desprende del texto evangélico. La Sagrada Escritura "muestra el amor de Dios por cada ser humano, antes incluso de que se forme en el seno de la madre". "El amor de Dios no hace distinciones entre el ser humano recién concebido y que se encuentra en el seno materno, y el niño, o el joven, o el hombre maduro o el anciano, porque en cada uno de ellos ve la huella de la propia imagen y semejanza".

El Papa añadió que "este amor sin límites y casi incomprensible de Dios por el ser humano revela hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada en sí misma, independientemente de cualquier otra consideración (inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad, etc.). En definitiva, la vida humana es siempre un bien".

"En el ser humano, en cada ser humano, en cualquier fase o condición de su vida, resplandece un reflejo de la misma realidad de Dios. Por eso, el magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de cada vida humana, desde su concepción hasta su fin natural. Este juicio moral vale ya en el inicio de la vida de un embrión, antes de que se implante en el seno materno".

Thursday, March 02, 2006

Bancos de cordón umbilical

Como las células madre de SCU duran congeladas quince años o quizá más, se pueden usar para tratar al mismo niño del que se obtuvieron si después desarrolla una enfermedad, como un cáncer infantil, a no ser que el mal sea hereditario (p.ej., la anemia de Falconi), pues en tal caso las células madre tendrían el mismo defecto genético. Y si las células valen pero el mismo niño no las necesita, pueden servir para otra persona genéticamente compatible, que puede ser incluso alguien sin relación de parentesco, aunque eso es mucho menos probable.

Se comprende, pues, que cada vez más padres quieran conservar la SCU para su mismo hijo o un familiar, aunque depositarla en un banco privado cuesta 1.500 euros o más. Podrían donarla a un banco público, pero entonces no la tendrían reservada para uso propio. Ciertamente, la probabilidad de que lleguen a necesitarla es muy pequeña; pero lo mismo ocurre con otras muchas eventualidades para las que la gente contrata pólizas de seguro: muerte en accidente, incendio… En el caso de clientes españoles, tienen que trasladar la SCU al extranjero, porque en España solo están autorizados los bancos públicos.

Eso es lo que han hecho los Príncipes con la SCU de su hija la infanta Leonor, enviada a una empresa privada de Arizona, según se ha sabido ahora, decisión que contribuirá a respaldar esta técnica ante la opinión pública.

En España, un banco privado que empezó esta actividad fue cerrado por la autoridad en cuanto se divulgó el caso. Y es que a la Administración española le parece muy mal que la gente contrate esos servicios. El Ministerio de Sanidad se apresuró a asegurar que la Ley de Trasplantes no los permite, y por si hubiera dudas se ha puesto a preparar un decreto para prohibirlos expresamente. El Sistema Nacional de Trasplantes, dependiente del Ministerio, se opone porque contradicen los principios básicos de la donación, consignados en la Ley de Trasplantes: altruismo y que no haya ánimo de lucro.

Guardar la SCU del hijo no es una pura manifestación de altruismo, aunque no lo excluye: quien guarda células a sus expensas también podría donarlas si valieran para otro. En el sistema público español hay 20.000 muestras de SCU. Cuantas más muestras haya en bancos, públicos o privados, mayor es la probabilidad de encontrar células válidas para quien las necesite.

Donde sí hay ánimo de lucro

En todo caso, no se puede prohibir a nadie que conserve la SCU donde quiera, ni se ve cómo puede eso ser ilegal. La Ley de Trasplantes impone la gratuidad para impedir el tráfico de órganos; pero el depósito de SCU en un banco privado, aunque tenga precio, no es venta de células. Si al Ministerio le preocupa el posible tráfico de material biológico, haría mejor en mirar a otro sector, donde el riesgo es real y el ánimo de lucro evidente. Las clínicas de reproducción asistida recurren a la donación de gametos, que por ley ha de ser gratuita; pero se permite una compensación por las molestias, por donde se puede colar el tráfico.

En el caso de la donación de óvulos, las molestias de la estimulación ovárica son importantes. Entre el 0,3% y el 5% o más de las mujeres sometidas a ese procedimiento sufren complicaciones como dolor severo, fallo renal o riesgo de quedar infértiles, explica la Prof. Natalia López Moratalla en una entrevista para el semanario "Alba" (27 enero-2 febrero 2006). Por eso, añade la profesora, "las mismas molestias de la multiovulación para la mujer que quiere ser madre se consideran lo suficientemente fuertes para que las clínicas de fecundación "in vitro" congelen los embriones en vez de repetir el tratamiento y la punción". En el caso de una donante, hará falta una poderosa motivación o una satisfactoria compensación por las molestias.

El peligro de tráfico encubierto no sería para preocupar si la donación de óvulos fuera rara. Pero resulta que España es el país europeo donde más se practica, con gran diferencia: en casi el 11% de los ciclos de reproducción asistida, según muestran los datos recopilados por la ESHRE (Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología; cfr. "Assisted reproductive technology in Europe, 2000", en "Human Reproduction" 19 [2004]: 490-503). En España, que registra el 5% de los ciclos que se realizan en Europa, los ciclos con óvulos donados (cerca de 1.600 en 2000) son el 24% del total del continente.

El actual equipo del Ministerio de Sanidad ha redactado la última reforma de la ley de reproducción asistida, que da vía aún más libre a las clínicas del ramo. Permite la criba eugenésica de embriones para hallar "bebés medicamento", generar embriones sin finalidad de reproducción, la clonación "terapéutica", crear híbridos de humano y animal y casi cualquier uso de los embriones. Son prácticas por las que se cobra o que pueden reportar beneficio económico. Resulta paradójico que los mismos promotores de este "laissez-faire" se erijan en campeones del altruismo cuando algunos pagan para conservar sus células.

Inicio de la Vida Humana

Entrevista con la doctora Anna Giuli, bióloga molecular

ROMA, martes, 28 enero 2006 (ZENIT.org).- Bióloga molecular y profesora de Bioética en la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (Roma), la doctora Anna Giuli ha publicado un volumen bajo el título «Inicio de la vida humana individual. Bases biológicas e implicaciones bioéticas» («Inizio della vita umana individuale. Basi biologiche e implicazioni bioetiche», Edizioni ARACNE).

Por la actualidad y el debate que el tema suscita en la sociedad –y las consecuencias que ya acarrea--, Zenit ha conversado con la especialista.

--¿Por qué se habla tanto de la «cuestión» de la vida humana prenatal?


--Dra. Giuli: La vida humana prenatal sigue siendo un tema crucial para nuestra sociedad llamada a confrontarse con los desafíos siempre nuevos de la ciencia y del progreso biotecnológico. La posibilidad de llevar a cabo precoces intervenciones terapéuticas y diagnósticos sobre el embrión y sobre el feto, la producción de embriones in vitro para la superación de la esterilidad o de riesgos genéticos, la utilización de embriones para obtener células estaminales para su empleo en el ámbito de la medicina regenerativa, la experimentación en embriones con fines de investigación o su clonación, son algunos de los mas discutidos filones biomédicos, que tienen como protagonista al individuo humano en las fases precoces de su desarrollo.

¿Quién es el embrión humano? ¿Es un sujeto, un objeto, un simple amasijo de células? ¿Qué valor tiene la vida humana precoz? ¿Es lícito manipularla al menos en los primeros estadios de su desarrollo? ¿Qué grado de tutela otorgarle? Estos son los interrogantes que van al centro del actual debate sobre el inicio de la vida humana; poder proporcionar una respuesta ampliamente compartida es fundamental por las relevantes implicaciones no sólo en terreno sanitario, sino para toda la sociedad y para el futuro mismo del hombre.

Estas cuestiones no sólo interpelan al biólogo, al experto en bioética o al legislador, sino a cada uno de nosotros, simples ciudadanos, llamados a expresarnos en materias delicadas y complejas, como sucedió el año pasado con el tema de la fecundación artificial [en Italia. Ndr] o como está ocurriendo en estos meses, con la experimentación sobre la píldora abortiva RU486. El amplio debate, frecuentemente desde tonos confusos, suscitado por estos temas, ha revelado la necesidad de una información cada vez más clara y objetiva para afrontar con conocimiento y conciencia crítica los nuevos retos éticos y sociales del progreso biotecnológico.

Resulta entonces importante aclarar ante todo la naturaleza biológica del ser humano y de sus orígenes, gracias a la aportación de los numerosos estudios embriológicos, genéticos y biomoleculares que en los últimos años han permitido descubrir los mecanismos más íntimos del desarrollo inicial del individuo humano.

--¿Qué se entiende por inicio de la vida humana «individual»?

--Dra. Giuli: Algunas corrientes de pensamiento afirman que la existencia de un individuo humano «verdadero» al que poder dar «nombre y apellidos» empieza en un momento sucesivo respecto a la concepción, y que hasta ese momento aquella «vida humana» no puede tener la dignidad, o bien el valor (y por lo tanto la tutela) de cualquier otra persona.

En biología cada individuo se identifica en el organismo cuya existencia coincide con su ciclo vital, esto es, «la extensión en el espacio y en el tiempo de la vida de una individualidad biológica». El origen de un organismo biológico coincide, por lo tanto, con el inicio de su ciclo vital: es la puesta en marcha de un ciclo vital independiente lo que define el inicio de una nueva existencia biológica individual que se desarrollará en el tiempo atravesando varias etapas hasta llegar a la madurez y después a la conclusión de su arco vital con la muerte.

Sobre la base de los datos científicos disponibles actualmente, es por lo tanto importante analizar la posibilidad de identificar el evento crítico que marca el inicio de un nuevo ciclo vital humano.

--¿Cuándo comienza la vida?

--Dra. Giuli: Un nuevo individuo biológico humano, original respecto a todos los ejemplares de su especie, inicia su ciclo vital en el momento de la penetración del espermatozoide en el ovocito. La fusión de los gametos masculino y femenino (llamada también singamia) marca el paso generacional, esto es, la transición entre los gametos –que pueden considerarse «un puente» entre las generaciones-- y el organismo humano neo-formado. La fusión de los gametos representa un evento crítico de discontinuidad porque marca la constitución de una nueva individualidad biológica, cualitativamente diferente de los gametos que la han generado.

En particular, la entrada del espermatozoide en el ovocito provoca una serie de acontecimientos, estimables desde el punto de vista bioquímico, molecular y morfológico, que inducen la activación de una nueva célula –el embrión unicelular-- y estimulan la primera cascada de señales del desarrollo embrionario; entre las muchas actividades de esta nueva célula, las más importantes son la organización y la activación del nuevo genoma, que ocurre gracias a la actividad coordinada de los elementos moleculares de origen materno y paterno (fase pronuclear).

El nuevo genoma está, por lo tanto, ya activo en el estadio pronuclear asumiendo de inmediato el control del desarrollo embrionario; ya en el estadio de una sola célula (zigoto) se empieza a establecer cómo sucederá el desarrollo sucesivo del embrión y la primera división del zigoto influye en el destino de cada una de las dos células que se formarán; una célula dará origen a la región de la masa celular interna o embrioblasto (de donde derivarán los tejidos del embrión) y la otra al trofoblasto (de donde derivarán los tejidos involucrados en la nutrición del embrión y del feto). La primera división del zigoto influye, por lo tato, en el destino de cada célula y, en definitiva, de todos los tejidos del cuerpo. Estas evidencias aclaran que no es posible dejar espacio a la idea de que los embriones precoces sean un «cúmulo indiferenciado de células».

Algunos fenómenos, como la posibilidad de formar los gemelos monozigóticos durante las primeras fases del desarrollo embrionario, no anulan la evidencia biológica de la individualidad establecida en la fusión de los gametos, en todo caso sacan a la luz la capacidad de compensación de eventuales daños o errores en el programa de evolución embrionaria. El embrión humano precoz es un sistema armónico en el que todas las partes potencialmente independientes funcionan juntas para formar un único organismo.

En conclusión, de los datos de la biología hasta hoy disponibles se evidencia que el zigoto o embrión unicelular se constituye como una nueva individualidad biológica ya en la fusión de los dos gametos, momento de ruptura entre la existencia de los gametos y la formación del nuevo individuo humano. Desde la formación del zigoto se asiste a un constante y gradual desarrollo del nuevo organismo humano que evolucionará en el espacio y en el tiempo siguiendo una orientación precisa bajo el control del nuevo genoma ya activo en el estadio pronuclear (fase precocísima del embrión unicelular).

--El progreso biotecnológico ha influido tanto en nuestro modo de pensar y en nuestros estilos de vida que frecuentemente se oye hablar de «tercera cultura» . ¿De qué se trata?

--Dra. Giuli: Algunos sociólogos han definido la cultura contemporánea como la «tercera cultura», en la cual tiene predominio la tecnología; entre los principios de esta nueva cultura fundamental está la idea de que no hay nada fuera del universo tangible, que el hombre es un organismo no cualitativamente diferente de cualquier otro animal –y por lo tanto reducido sólo a su realidad corpórea--.

En terreno científico se afirma que la ciencia y la tecnología son neutras: ya que la esencia de la ciencia es la objetividad, todo obstáculo al progreso científico es como una limitación a tal objetividad; como consecuencia no deben ponerse restricciones a la actividad científica y al progreso tecnológico. Se habla de «ciencia de lo posible», que considera justo y bueno todo lo que es técnicamente posible y que no acepta mensajes de orientación o de estímulo por parte de sistemas de pensamiento de orden antropológico o ético.

Si el hombre y toda la realidad biológica son fruto de una evolución ciega, no existen criterios según los cuales conformar la actuación, y toda realidad natural es sólo materia a disposición del hombre. Consecuentemente, todo lo que es posible se convierte en lícito y todo límite es un obstáculo que hay que superar. De ahí resulta un gran impulso a no contenerse por principios éticos, en otras palabras, por el sentido de responsabilidad. Una actitud que puede ser muy peligrosa.

Al crecimiento de las posibilidades de auto-manipulación del hombre, debería corresponderle un igual desarrollo de nuestra «fuerza moral» para permitirnos proteger y tutelar la libertad y dignidad propia y ajena.

--¿Por qué se dice que el embrión humano tiene dignidad propia?

--Dra. Giuli: En nuestra cultura está cambiando el sentir común respecto al ser humano, sobre todo en los momentos más emblemáticos y vulnerables de su existencia, induciendo una tendencia hacia un gradual «deshojamiento» del valor de la vida que cada vez va arraigando más en el tejido social y legislativo de la cultura occidental, históricamente cuna de los derechos humanos.

Según esta tradición cultural, como se afirma --entre otros sitios-- en el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, el ser humano es el valor del que se originan y hacia el cual se dirigen todos los derechos fundamentales; cualquier otro criterio de orden cultural, político, geográfico o ideológico resultaría reductivo y arbitrario. La pertenencia a la especie humana es el elemento suficiente para atribuir a cada uno su dignidad.

La tradición cultural de los derechos humanos ha tenido, además, una profunda incidencia en la reflexión biomédica contribuyendo a la afirmación más vigorosa de los derechos del hombre también en medicina, a través de la elaboración de los códigos de deontología médico-profesional y del desarrollo de los derechos del enfermo para asegurarle la autonomía y evitar abusos indebidos. Es entonces oportuno no desconocer esta tradición y valorar sus lógicas consecuencias respecto al tema del inicio de la vida humana en ámbito biomédico.

El embrión humano precoz es un individuo en acto con la identidad propia de la especie humana a la que pertenece, y consecuentemente deben ser reconocidos sus derechos de sujeto humano y su vida debe ser plenamente respetada y protegida.

Wednesday, March 01, 2006

Derecho de expresión y Respeto

El portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, recordó ayer que "el derecho de expresión es un derecho absoluto pero que va unido a otros derechos como son el de respetar a los demás"

Los medios de comunicación "tienen que transmitir la verdad de todo lo que está pasando y actuar con seriedad". Así, lo expresó ayer Joaquín Navarro Valls tras la ceremonia de la entrega al portavoz vaticano de la Laurea Honoris causa en Comunicación del Instituto universitario Sor Orsola Benincasa de Nápoles.

Según informó Europa Press, Navarro Valls declaró que hay que pensar qué quiere decir la libertad de expresión “cuando ofende a otros” porque es a partir de ese momento cuando “se suspende temporáneamente el derecho de los demás". Aún así, "estos fenómenos no conducirán a una guerra de religión", sentenció

"En el mundo hay 1.000 millones de católicos y 1.000 millones de musulmanes. No todo es odio. Hay algunos puntos de violencia, que parte de ellos se pueden atribuir al Islam y otra parte a la reacción primitiva de ciertas personas en algunos lugares del mundo", añadió Navarro Valls.

El portavoz de la Santa Sede se refirió a Juan Pablo II y comentó que "ha enseñado a todo el mundo, a tantas personas, también más allá de los católicos, a vivir y también ha enseñado a morir". "Juan Pablo II ha dado ejemplo de cómo afrontar el tema inevitable de la muerte y transmitir el sentimiento de esto a toda la humanidad", agregó.

Por otra parte, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, se reunirá hoy con los responsables europeos para abordar la “crisis de las viñetas”. La ministra austríaca de Exteriores y presidenta de turno del Consejo de Ministros de la UE, Ursula Plassnik asistirá, además del alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior y la Seguridad Común, Javier Solana y el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación español, Miguel Ángel Moratinos.